Me venía con su voz

Sexo 30/08/2017 05:00 Anahita Actualizada 13:26
 

Descubrí a Javier por la radio en la madrugada. De las 12 a las 5, me dejaba llevar por sus notas graves a través de un micrófono; esa voz potente y aterciopelada seguro cautivaba a cualquier mujer trasnochadora.

Mientras intentaba dormir sobre la cama, me rendía y estiraba la mano para accionar el botón de encendido en el pequeño aparato y escuchar el programa dedicado a los más reconocidos cantantes de boleros.

Para mi fortuna, había una línea abierta para quien quisiera ser complacido con alguna pieza y compartir anécdotas. Me atreví a marcar y mi llamada entró en un corte comercial. Así fue como la conversación se tornó amigable y comenzó el coqueteo fuera del aire.

Le dije que era una suerte tener a alguien como él al lado de mi cama, y a partir de la insinuación, concertamos una cita para conocernos luego de varias llamadas a una hora exacta en esas madrugadas. Antes de tomar el teléfono, sentía un nerviosismo como de quinceañera.

En cada programa, me dedicaba secretamente una canción diferente; una de ellas, la confesión definitiva: “Tengo una debilidad, ay, qué calamidad, mi vida es un disgusto; tengo una debilidad, no sé qué pasará si no me doy el gusto…”, rezaba su declaración.

Fue en un bar cercano a la radiodifusora donde por fin se develaron nuestras identidades, y la suya no era la de un adonis, pero como decía María Félix, “hay hombres que nomás de escucharlos, son guapos”, y al oírlo, mi libido empezó a hacer de las suyas.

La plática fue breve, pues él tenía que ir a trabajar, pero quedamos para vernos nuevamente. Una caricia en la mano, un “accidental” roce de piernas y el beso de despedida en la comisura de los labios fueron el banderazo para la excitación sin disimulo.

Pero una noche, marqué y, decidida, le pedí una canción al aire: “Por cabalgar vientre con vientre igual que antes y que el día nos encuentre en un abrazo de amantes, me muero, me muero”, cantó Olga Guillot con la misma pasión con la que yo necesitaba que ese hombre me cogiera.

Nomás terminar la melodía, me devolvió la llamada y me pidió que fuera a la estación. Me envolví en un abrigo sin más que mis braguitas y tomé un taxi a plenas 4 de la mañana.

Sigilosa, llegué a la cabina mientras él seguía transmitiendo solitario e hizo un ademán para que entrara, y como si activara el piloto automático, programó tres canciones; se levantó de la silla y yo le fui mostrando lo que había debajo del abrigo recargada en una pared.

Me estampó por completo en ella y comenzó a besarme restregándose en mi cuerpo. Me quitó la tanga y escondido en mi cuello, introdujo sus dedos en mi sexo, moviéndolos acompasadamente a la vez que me apretaba los senos con la otra mano.

Le bajé el cierre del pantalón y zafé su miembro, para luego atrapar su cadera con mi pierna y así se abrió mi raja dispuesta a que me lo metiera. Por su larga estatura, dobló sus rodillas para ponerse a mi altura y en el levantón, me ensartó violento, sacándome un resuello ahogado.

“No sé qué tiene tu boca, que domina mis antojos y a mi sangre vuelve loca…”, se oía desde los controles mientras el hombre que hechiza con sus palabras me poseía impetuoso ganándole al tiempo porque ya era el último bolero del segmento.

Pero nuestros cuerpos a medio vestir desfallecían y, poco a poco, nos deslizamos hasta llegar al suelo, y sobre el abrigo, nos entrelazamos en flor de loto y uno dentro del otro, nos besábamos sin parar de estrellarse él contra mi centro.

Sus manos me impulsaban desde mis nalgas y yo le refregaba mis tetas en su pecho lampiño; mis pezones tropezaban con los suyos provocándonos más.

“Háblame”, le suplicaba y él repetía mi nombre gutural y jadeante.

Cuando estallé en orgasmo, salió de mi vagina y se hincó frente a mi boca dirigiendo mi cabeza para que se lo chupara. Entonces, bombeó y bombeó hasta que se vino, derramando su semen en mis labios. Como esa fan embelezada con su ídolo, me quedé contemplándolo dirigir el resto del programa, y él, de vez en vez, me agarraba la barbilla guiñándome el ojo, mientras platicaba con el auditorio. Y a las 5 me lo llevé para esperar a que el día nos encontrara al lado de ese radio seductor.

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