Tuvimos sexo en el avión

Sexo 29/06/2016 05:00 Anahita Actualizada 08:37
 

Hace un tiempo, Juan y yo habíamos planeado un viaje  juntos. Cabe decir que lo más destacable de este moreno de fuego es una disoluta cualidad: le gusta el sexo en sitios públicos. 

Yo lo he hecho con otros más porque, gracias a él, he dejado la vergüenza tirada con las prendas y zapatos que me pruebo para cada cita.

Con una tremenda carga sexual desde que salimos hacia al aeropuerto arriba del taxi y más que preparados para relajarnos buena parte de aquel verano, nos dirigíamos a abordar el avión que nos llevaría al disfrute total con esa primera emoción de quienes se conocerán más allá de la ciudad sofocante.

Ya nos habíamos rozado las ganas con mi mano en su entrepierna, la suya en mi canalillo, que mi vaporoso vestido le permitía ver por el escote, y las dos restantes en un abrazo para besarnos cachondamente, como celebrando en un precopeo lo mucho que íbamos a gozar, mientras el chofer hacía como que no nos veía. Para Juan, la excitación fue garantizada en esas condiciones.

Así fue como tomamos nuestras posiciones y, uno al lado del otro, mi asiento quedó “estratégicamente” en la ventanilla, no sin antes yo haber visitado el baño de la sala de espera para quitar lo que podría estorbarme debajo de la falda en el viaje, sintiéndome extremadamente sensual; ese especial contacto de la tela con mis nalgas desnudas y mi pubis provocándose a sí mismo con la sutileza del aire que pudo colarse al caminar, hizo que la rebeldía sexosa se acentuara.

Sentados y atentos al protocolo aéreo antes de despegar, le confesé que me había quitado la tanga. Con todo y que Juan es un hombre intrépido, se sorprendió ante la osadía y comenzó a reír, mientras se acomodaba inquieto en su lugar. Me gusta revisar las reacciones masculinas más allá de sus rostros, y las de él se notaron a través de su pantalón de gabardina.

Su centro empezó a abultarse y cuando finalizaron las indicaciones reglamentarias, rompí cualquier norma y no pude evitar sobarle el trozo delator que él cubrió inmediatamente con la almohadita. Por fortuna, la anciana vecina, en cuanto levantamos el vuelo, se perdió en un sueño imperturbable.

Qué antojo tenía de que me penetrara traspasando la jugosidad que ya se había fraguado, cuando noté el gusto que le dio al saber que me deshice de mi ropa interior. Qué delicia adivinar sus intenciones de escondernos de la gente para coger… 

Después de tallar su miembro por encima de la tela con más cadencia, ambos salivando y hablando con los ojos, a la vez que yo misma jugueteaba con mis dedos en mi raja, y él mirando y respirando con intensidad, interrumpimos tras varios intentos el dormir de la viejecita, y uno primero y el otro después, nos encaminamos al baño.

Jadeante, entré, y afuera, Juan aguardó un rato prudente para que nadie sospechara; mientras tanto, yo no dejaba de tocarme y tuve un afán loco de lanzarme hacia el orgasmo, pero desaceleré el movimiento y seguí esperando y acariciando. Así, él entró al pequeño cuarto y me atrincheró en una esquina.

Me besaba el cuello, amasaba mis senos, yo aprisionaba mis piernas como enredaderas en las suyas; levanté mi vestido, tomé su mano y la puse en mi centro escurriendo y latente para que la restregara saciante. 

Con sus dedos mojados desabrochó su bragueta y bajó su ropa; su pene se escapó de su cárcel duro como el mármol, pero ardoroso como hierro candente, y me alzó de un salto para clavarse por fin.

Los azotes contra el muro coincidieron con una leve turbulencia que nos prendió más; Juan, sin cesar y complaciente, me bombeaba, al tiempo que yo tapaba mi boca en desenfrenados gemidos sobre su hombro agazapada con fuerza a su espalda… Nos venimos exquisitamente, luego nos arreglamos un poco; yo salí primero y él tiempo después, ya que debía eliminar un pequeño vestigio lechoso de su pantalón, y volvimos a encontrarnos en nuestros asientos. Listo, habíamos aterrizado en tierras veracruzanas, y lo que pasó en sus lindas playas fue otra historia.

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