Su barba excitante

Sexo 29/03/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:04
 

Nuestros reencuentros siempre fueron revitalizantes. La falsa inocencia de que nada pasaría, además del simple saludo y de ponernos al día frente a dos vasos bien grandes de vodka, también era parte de la emoción de que caeríamos en los brazos de la lujuria de un momento a otro.

Sus manos consentían su barba tupida durante la conversación, y con tal gesto parecía como si quisiera recordarme los vestigios que en mi piel sembraba el recorrido de su forraje cuando me besaba salvaje.

Para Carlos, siempre fui su territorio que él marcaba con saliva, dientes y con esa rasposa vellosidad tornasolada que dejaba huellas por todos los rincones por donde él reptaba.

Y como si nos tomara por sorpresa, la despedida afuera del bar fue el inicio de otra afrenta sexual. El faje en plena calle, mientras decidíamos si en mi casa o en la suya no dejaba duda alguna.

Besos candentes y su barba raspando mi cuello, al tiempo que husmeaba el perfume que lo embrutece y que el taxi arribaba a la esquina del pecado, hacían que la temperatura se elevara a pesar del frío de las dos  de la madrugada al final del invierno.

Ya en su departamento, inmueble testigo de tanto derroche, manjares y vino, las ansias azotaron los cuerpos uno contra el otro, mientras mis manos liberaban su pene del pantalón y él zafaba mis bragas para, de paso, manosear mi trasero que estaba más que dispuesto para lo que a él se le antojara.

Me arrancó la blusa, levantó mi falda y me sometió de espaldas para afianzarme con mis brazos sobre la mesa y empuñarme su falo, a la vez que su lengua viajaba por cada una de mis vértebras y el mentón alfombrado completaba el trayecto.

Mis nalgas sensibles y alertas a sus movimientos percibían el otro follaje que cubría la raíz de su tronco frondoso cada vez que se hundía en mi vagina con pequeños restregones a sabiendas de que eso me excitaba, y yo apretaba mis glúteos para no dejarlo escapar.

De frente a él con mis manos aferradas a la superficie de la mesa, mi cuerpo temblaba de tanto empujón; con mis piernas abiertas que apenas podían sostenerme, Carlos bajó hasta mi vientre y lamió frenético para llegar a mi clítoris, mientras yo invocaba el orgasmo con las ondulaciones que involuntarias nacían de mis caderas.

Mi explosión fue su aviso; tomó mis muslos y de un impulso me alzó para rodear su cintura con mis piernas y volver a penetrarme, sacándome el aire en cada fuerte empellón una y otra vez.

Su barba regresaba al lugar donde el perfume lo hechizó desde el primer día que nos conocimos. Mordía, chupaba y friccionaba, dejándome un rastro rojizo y mojado que me ponía a mil nuevamente.

Bajé de su cuerpo y en el camino a la cama, dejamos los restos de ropa y nos tumbamos en el colchón cansados, pero aún hambrientos de la carne; y yo de la suya, me deslicé hacia su centro y engullí su miembro, saboreando de vez en vez su glande supurante.

Mis dedos buscaron su boca para que él los deleitara como yo lo hacía con su trozo y en el encuentro, hallé su mejilla tapizada de rubia hierba que acaricié y que me incitó a elevarme para besarlo.

Me ensarté en su verga otra vez e incorporé su torso hacia el mío; su rostro quedó pegadito a mi pecho, y durante el mete y saca impetuoso, se inició un hermoso arrullo que sincronizó los cuerpos.

Y, nuevamente, su barba apenas crecida rozaba mis senos y yo aprisionaba su cara entre mis tetas, mientras él las comía embelezado y su falo se endurecía todavía más.

Al notar su firmeza acrecentada, aceleré mi contoneo y fregué mi pubis con el suyo, mis pechos en su rostro, y nos dimos un orgasmo que nada le pedía a los que en tiempos anteriores vivimos en la misma cama, a la vez que mis uñas desgarraron su columna.

Bañaditos, desnudos, él a mis espaldas y de frente al espejo, recorrió con su índice el trayecto que su barba realizó desde mi cuello hasta mis ingles sin olvidar ni una zona marcada, rosada y saciada por su toque.

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