Un orgasmo liberador

Sexo 25/10/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:03
 

Nunca estuvimos tan cerca el uno con el otro... Nos citamos para conversar sobre lo que él iba a hacer con sus padres: “Me los voy a llevar a mi casa mientras se van a Guanajuato. La suya quedó inhabitable”.

Hacía unos tres meses que Toño se había divorciado y se mostraba decaído, aunque el nuevo problema lo evadió de la tristeza y parecía, irónicamente, más fuerte.

Durante la charla, al hablar del recuerdo del sismo, trazaba en mi mano esos picos y ondas que vemos en las gráficas y me provocó un cosquilleo, que resultó en risitas que debí contener, pues el asunto era serio. Pero me miró y él hizo lo mismo.

“Cómo extrañaba estas pláticas”, me dijo con los ojos brillantes y llenos de añoranza. Le respondí con una sonrisa mirando su dedo en mi palma. “Si tienes un hondo penar, piensa en mí”, tarareé con la vista en mi mano dibujada y sin dejar de sonreír.

Tomó mi barbilla, alzó mi cara y me besó intenso y con los párpados apretados como liberando su tensión y así recuperara la esperanza. Pedimos la cuenta del gin tonic y un resfresco, y ofreció llevarme a mi casa aunque no llegaríamos a ella.

Nos tomamos de la mano cada que podía desatender la palanca de velocidades y no pudimos evitar besarnos cuando hubo un semáforo en rojo.

Ahora, sus ojos relajados hacían juego con sus labios entre los míos. La lengua entró al quite y, sólo por un momento, interrumpió la deliciosa acción para estacionarse y continuar en la erótica acción con las manos desocupadas.

“Siempre me pones así”, me dijo sin dejar de chuparme los labios a la vez que posaba mi palma en su falo que sentí bien erguido a través del pantalón. Yo gemía, comiéndome su boca excitada a más no poder.

Mis jugos ya cubrían mis panties, y mis ganas de quitarme y quitarle la ropa aumentaba cada vez que recorría su pedazo endurecido. Detuvimos jadeantes el faje y arrancó hacia una farmacia, compró condones y yo lo observaba desde el asiento temblando y fascinada.

Una linda recámara blanca recibió nuestros antojos. Me tiré en la cama y comenzó a zafarme lo que impidió que nos entregáramos en el auto. Aún  vestido, me besó de pies a cabeza, aparcando debajo de mi cuello.

“Me gustan tus clavículas, tus hombros y todo aquello que punza y donde pueda quedarme clavado…”. Sus palabras erizaron todo eso y mucho más, derramando mi líquido espeso que manchó su playera. Bajó y lo bebió de mi sexo.

Mientras lo hacía, zafó sus prendas y ascendió súbitamente para cumplir lo que prometió segundos antes. Ensartó su miembro pétreo y ganosa abrí mis piernas para atrapar su cadera.

La locura revolcó las sábanas, volvimos a besarnos con arrebato y sus gemidos se diluían en mi nombre. “Te extrañé, te extrañé”, repetía a la vez que yo deseaba tocarlo completo; su espalda, su rostro, sus nalgas, sin dejar de abrazar su cintura para que me lo metiera más.

Me monté en él. Sobaba mi cabellera y el delirio de su torso se acrecentaba al igual que su vientre. Cabalgué potente guiando su cadera con la fuerza de mis manos. Entraba y salía de mi vagina y yo admiraba su ceño arrugado y la yugular que latía como su pene.

Caí sobre la vena y lamí al tiempo que el resuello brotaba de mi garganta. Los torsos estaban sedientos de sudores. Resbalaban uno contra el otro y mis senos refregaban su vellosidad frondosa. Sus dedos rasgaban mi trasero y arqueba su cuello para que no parara de besarlo.

Luego, me tumbó boca abajo y me aprisionó con su cuerpo para volver a incrustarse en mi centro, deslizándose en mis vértebras, agarrando fuertemente mis brazos y susurrando eso que calló por mucho tiempo:

“Siempre te quise”, y yo sentía su pubis friccionando mis nalgas.

La frase y la erosión de mi clítoris contra las mantas hicieron que me viniera en un orgasmo liberador como dando fin a tanta tensión por los días pasados. Él salió de mí, quitó el condón y vivió la misma explosión al correrse entre mis piernas… Y así terminó danzando en mis glúteos, untando su semen.

Google News - Elgrafico

Comentarios