Se vino sobre la alfombra

Sexo 18/05/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:08
 

La lluvia arreció de un momento a otro por la madrugada y a ‘P’, en la calle, mi casa le quedó de camino a la suya; “qué casualidad”, bromeé cuando le abrí la puerta. Sin coche y confiado, salió de la fiesta que le habían organizado por su cumpleaños y el clima torrencial le empapó la ropa; no tuve más remedio y sí todas las intenciones de hacerlo pasar. 

El calor inquietante que ha azotado estas noches me ha forzado a que duerma desnuda y sólo cubierta por las sábanas que revisten mi cama, así que al recibir a ese ser indefenso, cuya figura invitaba a quitarle la ropa mojada, me atavié de una bata que sólo se ata con un fino listón. La seda prendió mis sentidos enchinándome la piel. Se deshizo del saco, después de los zapatos, siguió con los calcetines y luego la camisa, mientras yo me acercaba con una toalla para enjugarle la lluvia que arrastraba sus cabellos hacia la cara. Continué con los brazos, por el torso, su abdomen…  

‘P’ se dejaba secar sin retirar la mirada de mi muslo izquierdo asomado por la prominente abertura de la bata con motivos japoneses; luego, cubrí su espalda simulándole una capa de superhéroe y por fin tuve mis manos libres para desabrocharle el cinturón que me impedía ver algo más que su vientre; bajé el pantalón delicadamente, y al ponerme en cuclillas, ya se había zafado el cordón de mi vaporoso quimono. Me incorporé y mis senos viajaron por su trusa abultada y húmeda, y no precisamente por el líquido de allá fuera. Adentro estaba ocurriendo una lúbrica reacción a los mimos que yo le realizaba. 

“¿Quieres un café?”, le sugerí cuando lo tuve de frente y él con los jeans en las corvas; “no seas mala y sígueme secando”, me suplicó como si lo hubiera pillado un coito interrumpido. Lo dejé casi pasmado y parado sobre la alfombra, y me dirigí a preparar la bebida, tirando en el camino la tela que me envolvió. Desde la cocina, escuché la mezclilla gruesa del agua y  sonriente, deduje que ya estaba encueradito y muy dispuesto para mí. Volví y cuando ‘P’ sacaba la segunda pierna de los vaqueros con todo y ropa interior, vi que su miembro estaba rígido y relampagueando de ganas. Me abalancé a él y me hinqué para hacerle un carnívoro oral, agarrándome de sus nalgas duras y frías.  

Lamí ansiosa su tronco y chupé antojada su glande que fulguraba de tanta firmeza; él sólo resolló sorprendido por mi inesperado regreso y se afianzó de mi cabeza bombeando cadencioso para comenzar el entra y sale de su falo en mi boca hambrienta. El afelpado tapete de suaves hebras lo incitaron a inclinarse a mi nivel y los dos reprodujimos una sexy escena recostados cara a cara. ‘P’, consintiendo su pene con una mano y apoyando su cabeza en la otra, miraba cómo empecé a tocarme tumbada boca arriba. Con mi palma derecha acariciaba la alfombra suave y con la izquierda mi vientre que poco a poco bajó a la vagina, metí mi dedo medio y después le convidé de mi jugo; lo probó y la energía de su mano en su trozo se acrecentaba. 

Yo seguí masturbándome, apretando mis pechos y deleitando la tersura del textil en mi espalda y en las plantas de mis pies que se deslizaban provocándome a mí misma a través de las terminales nerviosas que las recorren. La deliciosa autonomía de mi cuerpo restregándose en la alfombra aún con rastros de la lluvia que ‘P’ había traído, lo forzó a montarse en mí y a penetrarme; pasó mis piernas en sus hombros y me embistió autoritario, frenético, y tras un buen rato en el vaivén, fue mi turno de subirme en su cuerpo y clavarme en su miembro. 

Mis rodillas formaban surcos en el tapete a los lados de su pelvis y esa leve fricción volvió a erizar mi anatomía. Me estrellaba una y otra vez contra su sexo y su imagen plasmada en ese lienzo color ocre me hizo admirarlo, mientras arqueaba sus cejas con los ojos cerrados disfrutando, balbuceando que no parara y avisando que estaba a punto del orgasmo. “Aquí está tu regalo de cumpleaños”, susurré y arremetí poderosamente para hacer que se viniera.  

A un par de días del encuentro, he notado una diminuta excoriación en mi rodilla;  el vestigio de esa noche de lluvia que lo trajo hasta mi alfombra.

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