Veía cómo me cogían

Sexo 14/12/2016 09:23 Anahita Actualizada 09:23
 

Varios son los antojos que me he cumplido, y para uno de ellos, debí elegir muy bien a mi cómplice en la siguiente travesía. Pero, ¿qué hombre no desea sumergirse en las veleidades de la fantasía? Así que el que yo escogiera accedería con gusto y lascivia.

Fue así como gracias a mis amigables contactos, conseguí el domicilio donde los cocteles se sirvieran con alto grado de lujuria en un ambiente orgiástico y de camaradería.

En las calles de Polanco, se escondía una puerta de apariencia hogareña y conservadora por la que, divertidos y sarcásticos, Aníbal y yo nos adentramos al mundo swinger. Las luces rojas y espejos en lugares estratégicos agudizaron la visión.

Casi todas las mesas de la pista ya estaban ocupadas, pero alcanzamos una y ahí colocamos la botella de tequila. Aníbal estaba emocionado; era nuestra primera vez y la actitud al inicio fue más de incertidumbre pícara, que de excitación. Pero conforme caminó la noche y el show de arrumacos y caricias entre los visitantes subía el clima, las pulsaciones hicieron lo propio. Al centro, una voluptuosa chica se contoneaba y se acercaba a los hombres, a quienes les daba a probar sus delicias epidérmicas.

También se restregó en mi entretenido acompañante, y mientras lo hacía, volteaba a verme diablillo, y yo le leí en los labios: “Esto está muy loco, pero chingón”.

Miré su bragueta y su pene latía bajo los jeans; él comenzó a sobarse el bulto y yo a salivar. Las otras parejas iban levantándose y se dirigían a los cuartos del antro.

Lo tomé de la mano y retiré a la fémina para ir a explorar, y así nos asomamos al salón de los tríos, donde el aquelarre estaba en su punto con una mujer tumbada en un colchón chupando un par de falos y otra siendo penetrada, mientras una le mordisqueaba los pechos, entre tantos más.

Voyeristas, nos quedamos preparando motores y fajándonos con besos delicados y toqueteos sobre la ropa sin dejar de observar la faena. Un frondoso afrodisíaco que nos puso tan calientes, que ya no sabíamos si quedarnos o seguir escudriñando.

Entonces, entramos al de los duetos; fue asombroso el poder de ese contacto visual entre quienes se atraían, mientras cogían con los de en turno; quizás eran hombres disfrutando a sus mujeres ensartadas por otros o mujeres que se comunicaban con un total desconocido en el festín de cuerpos, revolcándose unos contra otros. Ya no aguantamos. Yo comencé arrancándole el pantalón, ardía por lamerle ese trozo que desde la mesa punzaba, y él me despojó de la blusa y subió mi falda para meterme mano y refregar mi raja con sus dedos.

Los besos eran para perderse de locura, mientras me manoseaba por debajo, mi puño subía y bajaba en su miembro a la vez que nos íbamos a un sofá para desfallecernos a gusto. Enfundada en látex, me ensartó su carne dura con mis tacones mirando al cielo.

En eso, un moreno de fuego que bombeaba a una pelirroja, me miró obsceno y voraz. Confieso que me intimidó y, sin querer, cerré los ojos, pero en mi oscuridad, se proyectó su imagen y me puse más cachonda.

Volteé a verlo y ya se había convertido en un demonio al que sí me cenaría.

Mientras pasaba de todo entre jadeos alucinógenos y pieles sudorosas, Aníbal notó el coqueteo y propuso el intercambio. Miró al hombre y sofocado asintió con la cabeza.

Mi nuevo ligue le susurró el convenio a su chica y ella por fin se enteró de lo que estaba sucediendo. Subrepticios y expertos, llegaron a nosotros y las cuatro anatomías se deslizaron entre sí, que hasta una lamida en una teta recibí de la pelirroja.

Los perdí de vista, pues el moreno cubrió mi rostro con esa mirada endemoniada; cautiva de sus ojos tabaco, se puso otro condón, y al tiempo que su pene, gordo y ardiente, me clavaba poderoso, balbuceó un “hola” cínico y sexy.

Mi respuesta fue un gemido potente y sorpresivo. La cadencia sensual se fue acrecentando hasta escalar un pico inclemente, glorificado por la atmósfera sofocante y libidinosa. Parecía que me estaban cogiendo todos los hombres presentes.

Y se me antojó que me diera por detrás. Así que me zafé, me puse en cuatro y, entre los ardorosos seres, hallé a Aníbal, quien, vigilante y lujurioso, me observaba desde que nos habíamos separado.

Mi amante se azotaba contra mis nalgas y yo le convidaba mi gozo a ese amigo, también en plena embestida, que quiso vivir esa juerga conmigo. Y así, viniéndonos y deslechándonos en orgasmos dantescos, fuimos cómplices de la experiencia más sinvergüenza.

Un moreno que bombeaba a una pelirroja, me miró mientras yo cogía con Aníbal.

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