Sexo en la redacción

Sexo 11/10/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:00
 

Aunque habíamos tenido un par de encuentros casuales deseándonos los buenos días en los corredores de la redacción, oficialmente, no nos conocíamos. Sin embargo, la atracción era tan evidente, que sólo sentirnos uno cerca del otro por coincidencia en la típica cotidianidad de una oficina, nos estremecía a ambos.

Hay hombres que irradian sexualidad, y Claudio es uno de ellos. Aunque es bajito, su cuerpo delata un buen trabajo en el gimnasio; de espalda ancha, piernas torneadas, voz cautivadora y un andar que confirma su presencia por donde quiera que camine, llamó de inmediato mi atención.

Los firmes pasos avisan su llegada y mi corazón zarandea mi tranquilidad. Una estela fragante y delicada me acaricia la espalda cuando pasa atrás de mí y yo sólo hago como si nada sucediera.

Una tarde, cuando poco a poco fue quedándose vacía la redacción a la hora de la salida, el exceso de trabajo fue el motivo para que los dos nos quedáramos en las instalaciones un rato más.

Después de unos minutos, lo vi pasar sonriéndome despreocupado, para luego volver con dos cafés bien cargados; “la noche va a estar larga”, me dijo estirando su mano y entregándome un vaso. El olor de su loción se mezcló con el del café, y agradeciendo el gesto, le di un sorbo al líquido caliente, gozando esa fragancia recién inventada.

Se sentó a mi lado y, en silencio, seguimos bebiendo. Pero el calor del café hizo lo propio, y mientras conversábamos de todo y nada, se quitó la corbata y arremangó la camisa. Cuando yo intenté deshacer el lazo del cuello de mi blusa, me detuvo y él se encargó de ello.

Que deslizara la seda del moño me erizó la carne. Fue como una caricia recorriendo mi garganta. Sus dedos dejaron caer las puntas del lazo y sutiles impactaron en mis senos; metió una mano en el escote y me acercó a él jalando la silla con la otra; abrió sus piernas y mis rodillas tocaron su miembro que emprendía la erección.

Frente a frente, sacó la mano de mi seno que ya había consentido y me tomó de los hombros para besarme despacio. Su lengua probó mis comisuras y culminó chupándome el labio inferior. Yo sólo me dejé llevar extasiada.

Separó mis piernas, y al tiempo que una mano amasaba mi nuca, la otra, dentro de mi falda, hurgaba en mi coño mojado encima de mi pantie, toqueteando y frotando con sus dedos. Veía mis gestos fijamente, curioso, lascivo.

El manoseo contraía mi cuerpo, y agarrada de los brazos de la silla, tensa me volqué en un delicioso orgasmo que me incitó a contonearse mientras sucedía.

Él gozaba observándome.

Desfallecida en la silla con rueditas, me llevó a una oficina cualquiera. Cerró la puerta y se sentó en una mesa bajando el cierre del pantalón. 

Frente a él y apenas recuperada, saqué su pene como asta firme y comencé a lamerlo, acariciarlo, comerlo; su glande rosa y torneado supuraba zumo con el que con mis dedos barnizaron su tronco.

Claudio seguía disfrutando apoyado en la mesa y con la cabeza echada hacia atrás, gimiendo y diciendo: “Así, así”… Tras unos minutos de oral jugoso, se incorporó para alcanzar un condón de su bolsillo, lo colocó hábil y yo ya me estaba subiendo la falda y zafándome la tanga; me acosté en la superficie y comió de mi sexo.

Subí mis piernas en sus hombros, me arrimó hacia su falo y se incrustó en mi centro que derramaba placer. Con ritmo y jarioso, se aferraba a mi cintura desgarrando mi falda, desfajándome la blusa. El bombeo acompasado provocó un caos entre los papeles, la  computadora; rodaron plumas y cayeron lapiceros.

Tapé mi boca para atrapar mis gritos y él seguía penetrando excitado y aguerrido. Qué fuerza tenía en sus brazos y con qué ímpetu movía su cadera, chocando en mi carne abierta y ricamente erosionada de recibir tanto rozón.

Con mis pies entaconados enmarcando su rostro endiablado, contuvo el orgasmo y salió de mi coño. Me agarró de los brazos y volteó mi cuerpo para poseer mi trasero apoyándome en la mesa.

Volvió a ensartarme agresivo y otra vez consintió mi clítoris para venirnos juntos; “vente conmigo, vente conmigo”, susurró, y poco después de que él se corriera poderoso, una segunda explosión cimbró mi ser al igual que la mesa.

Agotado, reposó sobre mi espalda y yo ya había perdido un zapato. Me rodeó con sus brazos, me sentó en una silla y me puso el tacón que me faltaba, no sin antes besarme el muslo.

Acomodándonos la ropa,  tomamos nuestras cosas, apagó las luces y nos fuimos de ahí aún con sed, así que acordamos irnos al bar más cercano.

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