Hicimos nuestra peli porno

Sexo 09/11/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:05
 

Hay visitas imprevistas que no sólo provocan sorpresa a quien las recibe. Como a mí, que cuando llegué y a punto de tocar a la puerta de Diego, la voz de una mujer hacía eco dentro del departamento.

Pero los sonidos estaban muy lejos de parecerse a una conversación. Por un rato, mi oreja quedó muy cercana a la madera y no precisamente para descifrar lo que se fraguaba allí adentro, sino para certificar que eran gemidos a través de un televisor.

La música de fondo provenía de un sintetizador ejecutado por alguien sin pizca de talento, pero la sonorización que importaba a la audiencia, en este caso, a mi muy caliente y entretenido amigo, era obra de los profesionales del porno.

Yo no sabía si irme o escuchar un poco más para verificar si trabajaba en solitario y tocar de una vez por todas porque nada más de imaginarlo tan ávido frente a la pantalla aplacando sus calores, me puse a mil. Así que hice lo último.

Inmediato a mi llamado, bajó el volumen; “¿quién?”, preguntó apresurado, “Anahita”, respondí conteniendo la risa... La puerta se abrió, mientras él se peinaba con una mano y fajaba su playera en los jeans con la otra. “Ni te molestes en arreglarte la ropa”, le dije cuando entré y le di un beso en la comisura de su boca.

No pude evitar mirar su bragueta y constaté la grandeza de su excitación. “¿Te molesta que haya venido sin avisar?”, cuestioné al tiempo que tomaba su mano y la dirigía por debajo de la falda para que tocara mis bragas que ya se habían mojado antes de entrar; “al contrario”, me dijo transformando su rostro de la timidez a la de un niño travieso.

Y mientras él se encaminaba por un par de cervezas, me asomé al televisor que transmitía un infomercial. “¿Por qué no me invitas a ver la película que estaba antes?”, lancé a bocajarro cuando le recibía la botella perlando de fría.

Reventó en carcajadas totalmente sonrojado y me agarró de la cintura para besarme cachondísimo, cambió al canal de paga e impactantes aparecieron esas humanidades voluptuosas enredándose decadentes, sin mesura.

Salían de todas partes, del baño, de una recámara, de la cocina como hordas intercambiando lascivia; féminas hincadas interpretando la felación, hombres tendidos recibiendo culos uno detrás de otro… Un verdadero aquelarre de placer que me hizo entender el por qué de su noche de viernes sin ningún interés por salir.

No hice más que alejarme de la pantalla para contemplar con mejor perspectiva esa estrambótica danza de cuerpos perfectamente confeccionados para el guión y Diego ya me estaba esperando sentado en el sillón sobándose el bulto y contemplándome atónita y divertida, mientras yo me iba quitando la ropa sin dejar de observar el plasma a todo color.

Me monté en sus muslos, le zafé lo que ya estaba de más y el siseo orgiástico endurecía aún más su falo que, forrado en látex, clavé en mi núcleo, el cual reventaba en cada jadeo de cada uno de los histriones.

Los choques inverosímiles de aquellos traseros bien redondos y desconocidos contra los bajos vientres de esos semidioses del high definition aumentaban el ritmo de nuestras bocas devorándonos, mientras los sexos se restregaban uno contra el otro.

Por encima de mi hombro, Diego observaba la acción de los otros desenfrenados a la vez que yo le comía el cuello y él rasgaba mi columna. Al notar su irrefrenable atención, yo también quise función, así que me senté de espaldas y volví a enfundar su miembro en medio de mis piernas.

Al tiempo que me azotaba sobre él en un entra y saca frenético, admiraba al hombre de piel negra azulada lamiéndole el centro jugoso a una pelirroja, mientras ella, a su vez, le chupaba los senos a una rubia monumental.

No perdíamos detalle de la trama; él amasaba mis pechos y yo me movía en ochos, subía y bajaba, y masajeaba con mis adentros ese pene agradecido por mi inesperada asistencia.

Entonces, sólo el ruido animaba la sensualidad real que se urdía en esa casa. Los libidinosos resuellos se mezclaban con los propios y ya no interesaban más imágenes que la de nuestras masas tan moldeables entre las manos artistas.

Los caldos tibios que las pieles supuraban, detallaban cada línea y oquedad con brillantes retoques, y nos sentíamos las estrellas de la historia. Qué importaba si no había más invitados a nuestra comilona; con ambos nos bastábamos para hacer de esa reunión una orgía de sentidos, deseos y humectaciones.

En la tele, fuentes inagotables de semen nos mostraba lo que estaba por suceder, y en un repasón con la lengua y una succión certera en su trozo, Diego culminó a borbotones en lo que yo había interrumpido cuando toqué a su puerta…

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