Calentamos en el antro

Sexo 06/04/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:05
 

Ya nos habíamos disfrutado un poquito con descarados acercamientos en la casa de uno de sus amigos, donde la reunión previa a irnos de antro empezó temprano.

 ‘A’ y yo nos paramos pocas veces del sillón mullido que nos recibió cuando llegamos; era cómodo y con un hundimiento en el asiento, donde nos adaptamos los dos perfectamente. Sus muslos soportaban bien mis piernas que acomodé despreocupada y así comenzó el jugueteo deslizando sus dedos por la tela de mis jeans hasta llegar a la piel descubierta de mis pies calzados por un par de tacones blancos.

 

El alcohol desfiló con gozosa alegría, aunque nosotros mejor nos embriagamos con los besos tan cachondos que nos dimos, mientras apenas sorbíamos de los vasos que olvidábamos en la mesa central por la gran atención que le poníamos a nuestras bocas; yo lo rodeaba por el cuello y él abrazaba mis piernas.

Unos bailoteaban como calentando motores, otros reían y chocaban las copas, y unos más hacían lo mismo que nosotros sobre otros muebles del salón, en las esquinas, en los rincones. 

La música amenizaba los ánimos, pero ya era hora de emprender el camino hacia la verdadera fiesta, y fue cuando por fin los dos nos levantamos, yo primero que él, y con una nalgada entusiasta me impulsó para luego atrapar mi cintura y aproximarme a su aroma de una mezcla de loción y el cuero de su chamarra beige. Ese moreno tenía carácter y muchas ganas de bailar hasta el amanecer.

Llegamos al antro y ahora sí pedimos unos tragos para entrar más en ambiente. 

Los consumimos hasta ver el fondo y nos dispusimos a abrir la pista para desentumirnos del acurrucamiento que por largo rato nos puso en tono candente. 

La cadencia de las melodías setenteras provocó una sexy reacción en los cuerpos y las miradas retadoras no se separaron desde que me levanté de la mesa; estiré mis brazos, tomé sus manos y lo saqué a bailar ya con el ritmo en mis caderas, de donde se prensó para empezar a moverse al compás de ellas, firme, seguro; no sabíamos quién llevaba a quién, como en esas deliciosas cabalgatas en la cama y yo encima de él; ‘A’ subiendo y bajando sus caderas, y yo sometiendo y liberando su falo al mismo tiempo… ¿Quién posee a quién?

Pero al soltarme de su dominio, la música y la desinhibición se adueñaron de mi anatomía y empecé a contonearme para incitar a mi pareja, recorriéndome a mí misma con las manos desde los costados de mis piernas, mi trasero, la cintura y dibujar mis pechos hasta acabar alborotando mi melena para volver a invitarlo a que se aproximara a mí. Así fue como en las ansias tras mirar mi meneo incesante, se enredó en mi cuerpo y sujetó mis nalgas, apretando y arrimando su sexo a la vez con una leve inclinación para coincidir con el mío que ya estaba a punto de ebullición.

En cada acorde, una fricción; en cada nota, un choque poderoso que hacía punzar mi carne con sus aguijonazos, mientras su cara muy juntita a la mía me desafiaba con miradas ardientes y besos mordelones en venganza de tan desvergonzado striptease.

Mi cuello también fue presa de su boca y lengua, al tiempo que bailábamos y nos desvanecíamos entre los destellos de luces de colores en una oscuridad excitante. 

La sed la apaciguábamos con nuestros sudores y uno que otro sorbo de ron con cola. El sonido retumbaba en ambos vientres mientras saltábamos, nos agitábamos y nos cachondeábamos uno al otro en una danza lujuriosa, la cual pintaba para que culminara en otro lugar. Sin embargo, quisimos accionar antes algunos botones y no nos quedamos con las ganas de hacerle una visita a nuestros interiores; pegados cuerpo a cuerpo, entre tanta gente y en frenética penumbra, quién se daría cuenta, y discretamente sin perder contacto visual frente a frente nos metimos mano durante el balanceo de las pieles ganosas; yo pasé directamente a su pene sin respeto a su ropa interior, y ‘A’ hizo lo mismo traspasando mi vello púbico para juguetear en el principio de mi hendidura. Su miembro, recio, caliente; mi carne, viva, mojada… 

Ya alistados para la graciosa huida, sacó las llaves del coche de la bolsa del pantalón. “Vámonos”, dijo, chupándose el dedo travieso.

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