Fui su postre apasionado

Sexo 05/10/2016 05:00 Anahita Actualizada 16:31
 

La dulzura puede ser un arma poderosa para la conquista en complemento con la tensión sexual que se ha cargado durante algunos años y, sin duda, la atracción se vuelve más excitante y es difícil escaparse de ella. 

Como la ternura espontánea de Rafael, con quien la amistad fue transformándose en complicidad llena de arrebatos y lujuria, y que, además, conoce mi gran debilidad por los bocados dulces,  sobre todo por los hot cakes.  

Su cabello oscuro, su afición por las motos y ese cuerpo que se relaja, pero también se estremece cuando, suave y apasionada, lo consiento con mis manos llenas de óleos fragantes en sus visitas a mi casa, me hacen temblar orgullosa por el placer previo que provoco en él. 

Un viernes, con su esperado pretexto de cansancio, luego de las devastadoras horas de oficina, tocó a mi puerta, y yo, en delicadas telas de una pijama coqueta, lo recibí con un abrazo, mientras le retiraba la chamarra fría por el viento que pegaba allá afuera. 

Rafael me dio un beso en la boca y me miró largamente a los ojos como si fuera la primera vez que lo mimaba de ese modo y como si mi deseo de apapacharlo le resultara nuevo cada noche que él iba a mi encuentro. 

Y descubierto de la chaqueta que pesaba como hierro, me rodeó con sus brazos, ferviente me comió el cuello y después desabrochó mi camisa de dormir para seguir por mis hombros, cálido y cariñoso, aunque con el desenfreno de un niño a quien dieron un postre que ha ansiado durante todo el día. 

Embelesado en mis pechos, poco a poco descendió hacia mi abdomen y, de pie, yo lo veía son

riente, acariciando su melena, mientras se hincaba y bajaba mi shortcito, recorriendo mis piernas trémulas y así dejarme en mis braguitas azul cielo, como al que me estaba llevando con su amoroso desvanecimiento. 

Se levantó despacio y, vigoroso, me cargó para llevarme a la recámara al tiempo que mi pelo recién bañado se mecía acicalando su antebrazo, el cual me sostenía poderoso, engulléndonos a besos. En la cama, comenzó a desnudarse sin él dejar de venerarme con la mirada, yo tendida y rendida a sus antojos. 

Su ser que clamaba invadirme me cubrió por completo, y ya bien conocido el camino, su pene se internó en mi carne lubricada y anhelante, apretando su tórax en mis senos y sus manos en mis muslos para empezar el rico vaivén. 

Mis dedos se clavaban en su espalda y mis ojos en los suyos, entretanto que los jadeos se volvieron uno y los movimientos hacían que se friccionaran las pieles y se reiniciaran las humedades con las que se avivaba la excitación… “Rafael parece un ángel, pero es un diablo de amor, es como miel”, cantaba Carla Bruni con su sexy francés cuando él me penetraba y lamía mi garganta con su lengua dulce y ardiente. 

Extasiados, cambiamos posiciones y el contoneo de mis caderas al estar encima de él fortalecía lo que ese chico malo, pero ahora dominado, había sumergido en mis entrañas; sentía cómo se impactaba en mis paredes interiores al mismo tiempo que sus manos callejeaban en mis nalgas, mis corvas, los costados y él se incorporaba para chupar mis pezones erguidos de contentos. 

“El perfume de tu cuerpo y tu melena…”, musitaba Rafael respirando en mi torso y sus palmas navegando en mi pelo sin parar de ir y venir dentro de mí. “Todo el mundo en nuestra cama, sus palabras son de terciopelo con su voz grave…”, rezaba la cantante entre los gemidos y el chasqueo de nuestros vientres. 

Y atrapados uno en las piernas del otro, nos venimos emitiendo un grito seco por las bocas juntas mordiendo y aspirando los alientos, a la vez que los núcleos punzaban por el inmenso orgasmo que nos afianzó aún más en el abrazo exhausto. 

Reímos satisfechos, mientras yo retiraba el sudor de su frente y le confesé que tenía hambre; lentamente, salió de mi cuerpo y, sin importarle el cansancio, de un salto se enfundó el pantalón y se dirigió a la cocina; yo me puse una batita y lo seguí: el hombre de miel ya me estaba preparando unos hot cakes.  

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