Lo recibí en el sofá

Sexo 04/05/2016 05:00 Anahita Actualizada 05:02
 

La mudanza estaba en su apogeo en el depa de ‘N’, quien me pidió que le ayudara para darle el “toque femenino”. 

Yo sabía que eso se pondría bien, pues él siempre tiene atenciones difíciles de rechazar, como los buenos platillos que guisa y el manjar que está exactamente entre sus piernas, que me gusta más que su comida.

Así, nos dispusimos a acarrear muebles, ropa, cuadros y demás cosas para equipar el recinto. Pero había algo en especial que remembraba hazañas anteriores y guardaba vestigios de nosotros dos cuando nos conocimos. Habían pasado unos cinco años sin citarnos, pero un divorcio lo permitió. “Démosle una merecida bienvenida a tu soltería”, le dije cuando acepté la invitación.

Y ahí estaba, el sofá que desde antes de casarse almacenó en la casa de sus papás; marrón como sus ojos, robusto como sus bíceps y tan cómodo como ese torso que me ofreció en esos días. No sé cuántas más cogieron con él sobre su tapicería, pero qué importaba, esa tarde lo iba a reestrenar yo.

Después de la exquisita pasta exprés que cocinó en una parrilla eléctrica y uno de los vinos que “vengativo” —me dijo— le confiscó a su ex mujer, reposamos en el sillón aún con olor a guardado; ambos cansados, él, motivado y yo impaciente por que comenzara la acción, pues su apariencia era de lo más excitante con una playera sin mangas y unas bermudas que mostraban esas piernas velludas y ejercitadas por el futbol, que se tensaban cuando hincado me penetraba por detrás, lo recordé muy bien.

Así que no pude esperar y me abalancé a su cuerpo que yacía sentado en el sillón de nuestros placeres. ‘N’ sólo se dejó hacer, riendo por mi impaciencia. “Te das a desear”, le reproché balbuceando en su boca y orejas al mismo tiempo que le metía las manos en su trasero arrimando su centro hacia el mío. 

Habíamos sudado durante la mudanza, pero ahora tocaba emanar nuestros líquidos integralmente gracias a las fricciones. Un jazz rasgaba el aire y yo su camiseta y la piel.

Su pene respondió inmediatamente a mis vaivenes masturbadores que mi pubis, cubierto aún de mis jeans rotos, ejecutaba en su miembro mientras yo me agarraba del filo del respaldo; ‘N’ me quitó la playerita y rebotaron mis senos libres y ansiosos de que los devorara; bajó el cierre del pantalón y me puse de pie en el asiento con las piernas en compás para que zafara mi ropa, contemplándome desde abajo; una pierna, la otra, y luego pasó su dedo medio por el canal de mis labios vaginales a través de mi braga, que dejó ver cómo se expandía una marca húmeda en la tela. 

Me deshice de la tanga y me escurrí por su cuerpo para hacer lo mismo con su atuendo inferior y, ya que estaba de paso por su falo, le di una buena chupada y le puse un condón con la boca.

Qué fácil clavó su gordo falo en mis adentros cuando me le monté y qué rico nos mecimos sobre el sofá en el toma y daca tan sensual como la musiquita que amenizaba el reencuentro. 

Después de un buen rato de goce cadencioso, besos y abrazos, a la vez que mis ojos se hundían en los suyos y mis tetas colisionaban con su pecho ardoroso, de pronto, salió de mí y como si todo ese rato hubiera fingido pasividad, con furia me tomó de los brazos y me puso en cuatro encima del mueble de cara al respaldo, y vigoroso enterró su pene acercando y alejando mis caderas con sus manos y moviendo su pelvis de modo magistral; el regio golpeteo de su trozo en mis nalgas, como dulce castigo cuando salía de mi carne, me ponía más cachonda y así comencé a accionar mi botón.

La embestida final, al tiempo que yo consentía mi clítoris, hacía que mi rostro rozara con la vestidura del sofá, y en la explosión simultánea de los dos sexos, la tela acolchada recibió mi alarido, espesando el sonido que salía de mi boca, mientras un rugir masculino con resoplidos bestiales refrescaban mi espalda sudorosa. 

De nuevo, nuestros zumos marcaron el tapiz como hace cinco años.

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