Inundada en su derrame

Sexo 04/01/2017 05:00 Anahita Actualizada 05:05
 

Cada que visita su pueblo, Rogelio recorre en bicicleta las calles empedradas para hacer la parada obligada frente a un río, donde, en el frescor de la hierba, descansa tras ejercitar sus extremidades, duras como las rocas que lo rodean.

Al regresar y reunirnos, me cuenta cómo le fue en esa placentera escala, en la que, dice, siempre me recuerda “con mucho cariño”, dedicándome a solas las venidas más deliciosas del verano. 

Todo empezó cuando, luego de una agitada pedaleada, el calor era inclemente, mientras la ropa vaporosa no le era suficiente para tolerar el sofoco y deseó refrescarse a como diera lugar. 

Sin embargo, esto pareció un mero pretexto para consentirse más allá de un chapuzón vigorizante, “como cuando ansío meterme desnudo y ganoso a la cama y no precisamente para dormir”, me confiesa.  

Y ante tan sublime clima de frente al flujo constante, Rogelio reposó sobre el pasto rociado de agua dulce y así comenzó a mitigar su bochorno. Pero el cosquilleo del forraje puntiagudo provocó en sus muslos una exaltación muy parecida a la que mis uñas ejercían sobre su piel y se dejó llevar. 

Cuidando que no lo descubrieran y hundido en el verde espesor, recorrió la entrepierna con sus dedos y metió su pulgar en el short para apenas rozar su miembro sin trusa.  

“Me cachondeé con la hierba mojada como si fuera tu lengua multiplicada por miles”, me dijo mientras, sentados en la duela de su sala y uno frente al otro con las piernas entrelazadas, me excitaba a través de mi cuello al narrarme la experiencia. 

Entonces, con su pene rígido, me contó que empezó a restregar una palma en su hinchazón a la vez que la otra acariciaba su torso y sus pezones por debajo de la playera. 

“Miraba a todas partes con miedo de que me cacharan, pero cuando estaba en trance, seguía acordándome de ti e imaginando lo que me estuvieras haciendo, yo allí, acostado, con las piernas abiertas y el cacho punzando…”. 

Empecé a salivar y mi vulva a mojarse sin desatender cada detalle del relato lascivo y sensual. Y al tiempo que reseñaba su paso a paso, ejemplificaba con sus yemas por dentro de mis bragas cómo se había toqueteado escondido en los matorrales. 

No pude evitar mover mis caderas al compás de sus dedos como tentáculos y le  supliqué que no parara entre el recuento y el manoseo. Caritativo, Rogelio me daba placer auditivo y dactilar... 

“Discreto, me bajé el short hasta las rodillas, y mi pene salió y rebotó en mi vientre de tan duro que se había puesto nomás de recordarte”, describía al mismo tiempo que arrimaba ese bulto exquisito a mi sexo. Y le ayudé a no olvidarse de ese río… 

Entré en sus jeans, apreté sus nalgas y lo acerqué más, mientras lo besaba ardientemente; mi pelo se enredaba en sus manos y contoneándonos desgarramos las vestimentas para tumbarnos en el suelo y recibir mi humanidad sobre la suya. 

“Entonces, creí que estabas encima de mí cuando comencé a suavizar mi verga con el jugo que salía de mi glande; lo cubrí con el zumo y de paso sobé mis testículos con mi palma mojada como si fuera tu boca chupándolos descontrolada…”.  

Con fuerza me fui a fondo y me comí sus huevos; lamía su trozo y volvía a engullir, el par que brillaba con mi saliva. Sus muslos atrapaban mi cabeza para que no me escapara y yo devoraba a la vez que consentía mi vagina, que no tuvo en aquella intemperie. 

Subí hasta su rostro y le puse mi raja en su boca sedienta que se sacudió entre mi carne, jadeando y diciendo mi nombre y palabras que no entendía; su vaho avivaba mis adentros y yo me movía de un lado a otro para iniciar el orgasmo. Estallé en su barbilla… 

Me deslicé desfallecida y me clavé en su falo tan profundamente, que la estela de mi espasmo llegó hasta mi garganta. “El aire caliente se mezclaba con la brizna y me cubría la cara; tan vívida tú con tu sexo bien abierto que embarraba mi vientre con sus humectaciones”. 

Cada que va a su pueblo, mi hombre me lleva al río, pero esa tarde también se lo trajo y desembocó en mis entrañas, inundándome de gozo y derramándolo en mi entrepierna… 

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