La manzana del pecado

Sexo 03/08/2016 09:05 Anahita Actualizada 09:05
 

Había una cesta con deliciosa fruta sobre la barra. La luz del candil desde una mesita alumbraba tenue la estancia, proyectándose especialmente en el lustre de las manzanas. 

Vaporosa y enfundada en una batita marfil, tomé el fruto más rojo, lo froté en la tela como una lámpara que hace maravillas y pedí un antojo… El teléfono sonó y era Javo para desearme linda noche, mientras yo lo deseaba a él. 

“Ven”, le dije; “¿qué traes puesto?”, respondió; y en la descripción sugestiva que incluía la ausencia de ropa interior y el cuerpo untado de lavanda, su “llego en 20 minutos” confirmó que las manzanas tienen un gran poder de persuasión. 

Javo lucía apacible, casi serio, empuñando una botella de ginebra como tributo al inesperado evento. Después de una suculenta succión en su labio inferior, lo hice pasar acariciando sus bíceps que tensó con descaro, lo invité a sentarse y me conduje a la cocina para servir los tragos. 

Al caminar, el aire sacudió la bata que no alcanzaba a cubrir los muslos, provocando un incidente que brindó una vista más arriba de mis piernas. Mis nalgas lo incitaron a que me acompañara a servir los drinks y, por detrás, se posó acariciando mi trasero, besando mi cuello y pidiéndome más limón en la bebida. 

Ya en la sala, se acomodó en el sillón y yo me incliné casi a ras del suelo, donde se encontraba el reproductor para poner música. Y ahí estaba, en la mesita de centro, la manzana inconclusa, a la que yo le había dado un mordisco cuanto esperaba a que él llegara. Cerciorándose de que yo lo viera en acción, la agarró y lamió el espacio donde, con mis dientes, le arranqué un pedazo. 

Los hombres saben cuándo seducir, pero nosotras les damos las armas para hacerlo, y, esta vez, la fruta había sido deliberadamente colocada para su deleite… como la vista al pararme frente a él, quitándole la esfera cercenada. 

Empecé a comerla al tiempo que él lo hacía conmigo. Di tal dentellada, que el jugo escurrió de mi boca recorriendo mis quijadas hacia el cuello y formó un surco para llegar al centro de mis senos. 

Javo, sentado al borde del asiento, devoraba mi núcleo punzante por su esmero, mientras comía y sujetaba el faldón, disfrutando el frescor de la sidra que en su andar se evaporaba por mi calentura. Y como si él degustara una poma, sus manos sujetaban mis nalgas, engullía mi centro y mi zumo escurría como el que, al mismo tiempo, me alimentaba… En mi interior escondía su lengua, y luego salía y atrapaba con ella el licor resultante de tanto frenesí. Yo me arqueaba de placer y seguía comiendo; él clavaba sus dedos en mi centro y observaba endemoniado el sometimiento. 

Se detuvo, se levantó y me confrontó; “dame de eso”, me ordenó; le acerqué los restos del objeto de nuestros deseos y mordió sin dejar de mirarme. Pasó su mano por mi humectada entrepierna y la saboreó junto con la manzana, pero se la arrebaté de la boca para que ahora se nutriera de mí. 

Los cuerpos se derrumbaron en la alfombra; sobre él, arranqué su ropa y después mi bata, bajé y comencé a saborear. Adentro, mi lengua contorneaba lo endurecido, rozaba mis dientes, rasgaba mi paladar y se zambullía en mi saliva, mientras él sostenía mi cabeza para hundirlo más. 

Yo gozaba de su enojo, y tras deglutir incesante, candente, repté hasta su cara, alcancé la manzana, tomé un bocado y me ensarté a la vez que masticaba y me desbordaba de locura. Mi centro aprisionaba y liberaba su ser que estaba por estallar… 

Quise disfrutarlo una vez más y así fue como de nuevo me arrastré hacia su él y accioné el derrame que inundó mi cavidad y se mezcló con el sabor de esa fruta que cumplió mi capricho de tener a Javo aquí, en mi boca. 

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