Inseguridad y engaños arruinaron la relación

Sexo 30/03/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 05:05
 

La desventaja de terminar con una novia es que no sólo pierdes a tu pareja, también pierdes a una amiga. Fernanda y yo éramos una tradicional pareja estable. Con sus discusiones de un día sí y un día no. Con nuestra lista de lugares favoritos, con nuestra mil veces repetida anécdota de la noche en que nos conocimos y, por supuesto, con nuestro montón de ropa intercambiable que podía estar un día sobre mi cama y al día siguiente abajo de la suya.

Todo esto viene porque hace tiempo, revolviendo entre mi clóset, encontré cosas suyas: una sudadera que le quedaba gigantesca y que me solía prestar cuando me iba de su casa en la madrugada. Un arete que le gustaba mucho y que sólo utilizaba en un oído (porque en el otro tenía una expansión) y una playera que hacía juego con otra idéntica que yo tenía. La sudadera aún olía a su perfume.

Ella fue la relación más larga que he tenido. No me había percatado de la formalidad con la que nos veían las demás personas hasta que mi jefa me preguntó por ella y un primo me dio un boleto extra para su boda. 

Aún no olvido cómo se molestaba porque le daba la espalda cuando dormíamos juntas. No era que lo hiciera a propósito, sino que todos tenemos nuestros hábitos para conciliar el sueño y el mío era darle la espalda para después voltearme y abrazarla.

Nuestra relación fue más intelectual que física. A las dos nos fascinaba leer y disfrutábamos hablar sobre el libro en turno que ocupaba la mesa de noche. Teníamos una fijación por el erotismo y nos encantaba todo museo, lugar o película que lo ofreciera. A ella le gustaban las esculturas, Gustav Klimt y las pinturas de besos. A mí, las novelas. Hicimos de las manos entrelazadas una costumbre casi inconsciente. Y llegamos al punto en que podíamos sentirnos cómodas con el silencio.

Sólo nos llamábamos por nuestro nombre cuando algo nos molestaba, pero por lo regular el "mi amor" era como nos reconocíamos.

Fernanda me conocía tan bien que podía notar cuando subía o bajaba un par de kilos. Conocía mis lunares e incluso había algunos que proclamaba como suyos.  Con ella me tatué una larga frase para recordar ese tipo de amor cómplice... entrelazado.

La verdad es que las dos teníamos personalidades muy diferentes. Mientra yo era una coqueta empedernida que no podía evitar regresar una son-

risa si alguien me la daba primero, ella era más tranquila y llamar su atención no era tan fácil.

En las fiestas o reuniones sólo los amigos que la conocían lo suficiente sabían que era seria... y un poco inexpresiva, pero   así era su personalidad. El resto, que la conocía por primera vez o que no tenía mucho de hacerlo, siempre opinaban que era payasa o "especial". ¡Y vaya que lo era! Por algo no la dejé ir tan fácil. 

Todo se arruinó cuando las inseguridades y el engaño se entrometieron. Primero fui yo con mis recurrentes salidas con ex novias o "amigas". Las veía en tardes de mentira y aunque yo la tenía en mi mente, no les podía negar un beso. Fui la peor, lo sé. Pero en esta vida todo se paga.

Un tiempo después, justo cuando yo redimía mi conciencia y mis culpas con un corazón que le pertenecía, Fernanda, me la regresó.

Me engañó con una compañera de su trabajo. Una chica de pelo corto que presumía a sus amigos en mensajes. Todavía recuerdo la tarde en que leí “Es como me gustan” en el celular de uno de ellos. Fue ahí cuando se tornó en un juego de venganzas, y lo que alguna vez fue complicidad se convirtió en desilusión.

No me fui sin antes vengarme por última vez. Nos regalé un viaje por su cumpleaños, por nosotras, por lo que teníamos, por la despedida, no sé. En plena fiesta me cachó fotos que me había mandado un amor pasajero... de esos que llaman tu atención y con la misma velocidad que se encienden, también se apagan. Ahí supe que todo había terminado. De regreso en México nos buscamos un par de veces e incluso meses después aún nos decíamos "te amo" al oído. 

Ahora ella está con alguien más y yo estoy enamorada de una brasileña que me hace reír como loca y me enchina la piel cuando me besa el cuello. Fernanda es feliz y yo también. Sólo me basta saber que conocí (y traigo en la piel) a ese amor cómplice y entrelazado.

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