Después de hacerme suya: me dijo te quiero

Sexo 23/03/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 05:06
 

Tal vez el sexo no lo sea todo, pero es increíble cuando te encuentras a una persona con la que haces un click instantáneo en la cama, con la que ni tú ni ella se tienen que esforzar para que las cosas den resultados. 

Lo que me encanta de ella es que apenas me toca y no puedo contenerme. La toco y es inevitable que  apriete los puños sobre la cama. 

Contrario a mi regla de nunca quedarme a dormir, la última vez no pude evitar afianzarme a su cintura y quedarme así toda la noche. Al día siguiente, cuando abrí los ojos y la vi a mi lado fue aún peor (o mejor), porque no quería que se fuera. 

Habíamos pasado toda la tarde y noche juntas. Fuimos a cenar y después por unos tragos a nuestro bar favorito. Aquel en donde nos besamos por primera vez. Nos vimos cerca de las siete de la noche y la pasamos tan bien que nos dieron las tres de la mañana. Platicamos sobre la situación: Ella tenía novia… yo no solía tener problema con eso… pero la palabra “amor” cobraba cada vez mayor relevancia.

Avanzó tanto la noche que decidí que lo más prudente era irnos. Cuando la llevé a su casa y me preparaba para despedirme, me volteó la cara, me besó y me susurró: “¿Y si vamos a tu casa?”.

Me quedé helada. ¡Nunca la había llevado a mi casa! Nuestros encuentros siempre eran en la suya. 

Por las madrugadas, envueltas en alcohol, ahora la situación era distinta: Estábamos, si no completamente sobrias, sí esa conciencia suficiente como para recordar todo al día siguiente.

Llegamos y yo me sentí nerviosa. No dejo que muchas mujeres conozcan mi casa. Prefiero mil veces ir hasta Ciudad Azteca, Ecatepec, Mixhuca o algún otro lugar olvidado por Dios que dejar que alguien me visite. La diferencia en esta ocasión fue que no tuve ningún problema en que ella pasara la noche e incluso la mañana conmigo. De hecho, yo lo deseaba.

Se paseó por mi casa algo nerviosa. Puso una inútil alarma de celular que terminaría ignorando desde mucho antes que sonara.

Me pidió algo de ropa para dormir y yo, ingenua, se la busqué. Cuando me volteé para dársela, ella ya estaba desnuda: “¿En serio te lo creíste?” La odio por enamorarme con ese tipo de detalles.

No dejó que yo misma me desvistiera y se adelantó. Me empujó con fuerza a la cama y se me puso encima. Me abrió las piernas y se acomodó en medio. Me recorrió a besos de arriba para abajo. 

Con la yema de sus dedos me acarició los huesos de mi cadera, mis senos y mi vientre. Yo sólo veía estrellas y tensaba todo mi cuerpo.

Me besó la cintura y me puso de espaldas. Se acomodó a mi lado e hizo de mí lo que quiso. Las cosas fueron simples: ella ordenaba y yo obedecía. Cuando puse mi mano en ella, no me sorprendió ver que escurría. 

Mi orgasmo fue violento. Puse mis piernas en su cintura y la apreté contra mí. Ella gemía por la excitación. 

Al día siguiente desperté y me tenía abrazada. Dieron las siete, ocho, nueve de la mañana… hasta las 12 del día y ella no se iba (ni yo quería que se fuera…)

Inevitablemente tuvo que marcharse, aunque yo pude haberle pedido que se quedara a  vivir conmigo en ese mismo momento.  

La acompañé a la puerta y luego a la calle. Antes de subirse a su auto me tomó de la mejilla, me dio un beso rápido, me miró a los ojos y me dijo lo peor (o mejor) que te puede decir alguien después de tener sexo: Te quiero.

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