La destrucción y el deseo nos consume

Sexo 09/03/2016 05:00 Srita. Velázquez Actualizada 09:03
 

Continuamente me repito a mí misma que enamorarse de una mujer casada (o con novia) es de idiotas. ¿Es bastante básico, no? 

Entonces por qué me empaña la mente una mujer que tiene el descaro de ver a su novia por las tardes... y acostarse conmigo por las noches? 

Me repito constantemente que yo no pierdo nada. Yo soy soltera y libre. Tengo un trabajo que me permite divertirme cuando no estoy ocupada pagando deudas que no debería tener alguien de mi edad. Me gusta la noche y tengo otras mujeres que me buscan (o puedo buscar) cuando hay ganas de sexo fácil y sin compromisos.

¿Entonces qué pasa? Me repito a mí misma que en este juego yo tengo el control, que yo decido si la busco por las noches al salir del trabajo o si decido citarla en algún hotel.

Mientras más lo pienso, más ridículo suena. Por las tardes ella ve a la novia, se acurruca con ella, la acompaña a lugares tan pretenciosos que me dan náuseas; pero por las noches... por las noches es otra historia. 

Le hablo pasada la medianoche  cuando estoy afuera de su casa. Ella baja las escaleras con lentes, cabello amarrado y una sonrisa que conquistaría a cualquiera. Se mete a mi auto, me sonríe, me ve los labios y me dice un tierno: "te extrañé". 

Yo me alboroto y comenzamos a besarnos. Le meto las manos bajo la ropa sin poder evitar que la piel se me enchine porque ella hace exactamente lo mismo.

Le digo al oído que me encanta y ella suspira. Cuando la madrugada nos lo permite, vamos a algún bar de los que me gustan. De esos que están escondidos en la colonia Roma. No son lujosos, nunca están atiborrados de gente. No hay hombres con chaleco y la camisa abierta enseñando el pecho lampiño ni chicas que miran su celular cada tres minutos.

He llegado a entender que nuestro amor es directamente proporcional al grado de destrucción. Si llegamos a algún bar gay o paseamos por la ciudad en la tarde (lo cual no sucede muy a menudo), ella es seca.

No le gusta que la toque, la bese o la abrace. Su bipolaridad es tal que a veces me desespera y amenazo con terminar lo nuestro, sea lo que sea. Pero siempre hay algo parecido a la reconciliación.

El drama se termina cuando la noche avanza y nos refugiamos en ella.

La destrucción y el deseo nos consume. La última vez que nos dejamos llevar por este frenesí me escabullí de la casa de sus papás a las seis de la mañana con una cruda marca diablo que sobrellevé un par de días.

Esa noche empezó todo con un mensaje: "Quiero verte, ¿puedes hoy?". Le contesté que sí en automático, mientras me sentía la mujer más fácil del mundo. Pasé a su casa en la tarde. No le pregunté de dónde venía o qué había hecho. Sólo le pregunté lo esencial: ¿A dónde vamos?

Después de cervezas y un par de tequilas, ella decidió que yo estaba demasiado borracha para manejar y tomó las llaves de mi auto. Una vez adentro me dijo: "Te voy a llevar a tu casa, aunque pensándolo bien... mejor te llevo a la mía y te duermes hasta que se te baje tu peda".

Las dos sabíamos que ni estaba tan borracha ni íbamos a dormir. Todo fue muy salvaje. Aunque ella pretendió ponerse algo parecido a una pijama, se la tiré al suelo. Me puse encima y le besé todo lo que no le había besado en la tarde.

Ella no sólo se dejó... sino que me rasguñó la espalda y me envolvió con sus piernas. Aunque mi cabello le caía en la cara, nunca me dejó amarrármelo.

La mordí y le apreté los muslos con fuerza. Ella gimió mordiéndose los labios para no hacer ruido. Cuando me puso abajo, me hizo llegar a un orgasmo que tuvo que callar con su mano en mi boca.

Dormí un par de horas, tal vez menos. Me despertó una alarma que me trajo a la realidad. Era miércoles y yo estaba a las siete de la mañana en casa de sus papás. Creo que nunca me había vestido tan rápido.

Me despedí de ella con un beso y salí de la casa sin hacer el menor ruido. Mientras iba de regreso a mi casa pensaba en el título que le pondría a la columna de esta semana.

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