Tienen el mejor sexo del mundo

14/11/2015 13:40 Actualizada 13:40
 

“Cuando Marimar volvió en sí y empezó a cabalgar como poseída la erección de Jeremías”

J eremías Taylor y Marimar Campirana acaban de tener el mejor sexo de su vida.

Están tendidos en la cama. El cuerpo blanco y la caballera rubia de ella están desparramados en las sábanas.

Ambos son entomólogos, llevan años estudiando el comportamiento de los insectos y sobre todo, tratando de encontrar un espécimen vivo de la famosa “mosca del sexo”, la Drosophila angustinante, una mosca venenosa cuya picadura provoca alucinaciones, confusión temporal y un poderoso incremento del deseo sexual. 

Sus viajes y sus descubrimientos los trajeron hasta el Condominio Horizontal, en donde han vivido los últimos años sin llamar demasiado la atención y sin que nadie se entere de su investigación. 

Los dos científicos han visto con interés todos los acontecimientos que han ocurrido en el Condominio y aunque la gente ha encontrado todo tipo de explicaciones para la intensa carga sexual del lugar (fantasmas, magnetismo, dispersión aérea de hormonas), ellos saben que todo este tiempo ha sido la Drosophila. ¿Por qué decidieron venirse a vivir aquí para realizar su investigación? Es muy sencillo. Fue en el Condominio Horizontal en donde encontraron más de un cadáver de mosca Drosophila aunque, hasta ahora, no habían podido dar con un insecto vivo.

Sin pruebas contundentes, la Sociedad Internacional de Entomólogos no iba a aceptar la existencia de la Drosophila. Y habían estado a punto de atrapar a una, pero la mosca voló y ellos terminaron follando en su casa. Pero, ¿por qué de pronto habían follado después de tanto tiempo de trabajar juntos y no haberse siquiera tocado las manos?

—No lo puedo creer —, dijo entonces Marimar, aún húmeda y con ganas de una segunda vuelta. Algo adentro de su cuerpo le ardía y la impulsaba a buscar más y más placer. 

—¿Qué? —, preguntó Jeremías, que sentía una atracción inusual por Marimar, por sus caderas estrechas y sus nalgas paradas y pecosas. 

—Me… ¡me picó una Drosophila! —gritó de emoción mostrando a Jeremías una pequeña roncha amarilla en el brazo. 

—¡Rápido, hay que tomar una muestra de tu sangre! —dijo Jeremías y corrió a la sala que, en realidad, era su laboratorio, tomó una jeringa y regresó al cuarto. 

Pero entonces Marimar estaba retorciéndose de placer, masturbándose con los cinco dedos de la mano derecha y pellizcándose salvajemente los pezones con la mano izquierda.

Gemía, gritaba, decía frases sucias y atrevidas, así que Jeremías se dio cuenta de que no iba a ser fácil tomar esa muestra de sangre. 

Pero bien valía la pena. 

Lo único que podía hacer para controlar la situación y no lastimar a Marimar con la aguja era penetrarla tan duro y tan firmemente como fuera posible. Ya tenía una erección considerable, así que se lanzó a la cama sosteniendo la jeringa con el brazo levantado, puso a Marimar bajo el peso de su cuerpo y tan rápido como pudo deslizó su miembro sobre el clítoris y luego lo introdujo por completo, empujando con todas sus fuerzas. En ese momento, Marimar se paralizó y soltó un grito agudo, abrió los ojos y la boca. “Quizá acaba de tener un orgasmo, con sólo una penetración”, pensó Jeremías, que ya empezaba también a sentir el trance hormonal que Marimar ejercía sobre él. “Es ahora o nunca”, pensó y clavó la jeringa en el brazo de ella. La sangre apenas alcanzó a llenar la mitad de la jeringa cuando Marimar volvió en sí y empezó a cabalgar como poseída la erección de Jeremías. Él sólo tuvo tiempo de colocar la jeringa sobre la mesita de noche y luego la pareja se perdió en una alucinante odisea de sexo que duró cuatro horas, aproximadamente. 

Cuando despertaron, a la mañana siguiente, se sentían agotados. Se miraron y extrañaron sentir la atracción del día anterior, ahora sólo sentían cariño y complicidad, pero la tremenda energía sexual había desaparecido. La necesitaban, la deseaban más que nada en el mundo. 

—Puedes sintetizar los componentes y hacer un suero —le dijo Marimar a Jeremías, éste tomó la jeringa con la sangre de ella, que estaba llena de veneno de Drosophila, un veneno que por primera vez en la historia estaba en posesión de un ser humano. 

—Pero, ¿y la investigación? Con esto podemos probar la existencia de la Drosophila a la Sociedad de Entomólogos. 

—¡Al diablo! Quiero que sintetices el veneno y que me inyectes el suero. Lo necesito—, dijo ella con ansias. 

La verdad es que Jeremías también se moría de ganas de hacerlo, así que fue a su laboratorio y se puso a trabajar. No sabía que estaba a punto de crear el suero erótico más poderoso del mundo.

Ahora sólo sentían cariño y complicidad, pero la tremenda energía sexual había desaparecido

 

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