Francotiradora de los lunes

La roja 24/02/2017 05:00 Ricardo Ham Actualizada 05:05
 

Brenda no deseaba abrir los ojos, los párpados le pesaban como dos enormes yunques, sabía que el calendario marcaba el inicio de la semana, para ella salir de la cama cada lunes era un tormento que odiaba cada vez más, la rutina semanal le recordaba que su vida estaba detenida desde hace tiempo, cada quehacer doméstico le lanzaba a la cara lo frustrante que era permanecer en casa:  arreglar la cama, correr las cortinas, sacudir tapetes, limpiar los muebles, sacudir el polvo, lavar la cocina, asear la alacena, todo al compás y el ritmo que el péndulo del reloj le marcaba. 

Esa mañana de lunes, la pesadez en los hombros no le permitía moverse, apenas logró poner un pie en el piso cuando escuchó un ruido en el exterior, lo recordaba bien, era el bullicio característico de la escuela frente a su casa, cada inicio de semana era lo mismo, los claxon, los gritos, las lastimosas risas, la ruidosa alarma que lanzaba la advertencia de la hora por llegar. 

Brenda dibujó una pequeña sonrisa, tan diminuta que nadie la hubiera percibido, pero que para ella indicaba que la hora de romper la rutina llegaba, bajó la larga escalera hasta el pequeño cuarto donde escondían las armas, tranquilamente tomó el fusil calibre .22 que le habían regalado en la Navidad pasada, cargó con todas las balas que sus jóvenes manos le permitieron tomar, regresó con el rifle a su habitación, se aseguró de que estuviera limpia antes de abrir la ventana y correr las cortina, se sentó cómodamente en el viejo sillón que por años había estado en su cuarto, limpió con delicadeza sus grandes gafas, se dio tiempo para tomar un profundo suspiro, abrió de golpe su ventana e inició los disparos contra la gente que estaba en la escuela, 500 balas salieron desde su arma para asesinar a dos personas y herir a nueve más.

A los 16 años, Brenda Ann Spencer se convirtió en uno de los casos de francotiradores que han dejado más interrogantes en la historia criminal de Norteamérica, su ataque a la Cleveland Elementary School rompió los moldes bajo los que se etiquetan a este tipo de homicidas. Regularmente los francotiradores en colegios son hombres que estudian en la institución a la que atacan, su acción muestra resentimiento contra la escuela y en pocas ocasiones  salen vivos de la acción violenta. Brenda disparó desde la comodidad de su ventana, la única explicación que alcanzó a dar para justificar su ataque fue “los lunes son muy aburridos, quería animar un poco el día”.

La policía pudo detener a Brenda tras seis horas de tiroteo,  finalizó por el simple hecho de que las balas se terminaron, los abatidos fueron el director y el conserje del colegio, mientras que los heridos fueron todos estudiantes.

Sin mostrar el más mínimo remordimiento, Brenda indicó que los estudiantes del colegio le parecieron pequeños patos a los que podría disparar, no era la primera ocasión que accionaba su arma, antes ya había sido sorprendida disparando a ventanas de edificios vacíos, también era conocida entre sus vecinos por matar cuanta ave se asomaba por su ventana.

Spencer era la típica jovencita de 16 años que odiaba su apariencia, le disgustaba tener pecas y usar lentes para contrarrestar su miopía, sus padres estaban divorciados, por lo que ella quedó bajo resguardo de su papá, un hombre alcohólico que años más tarde fue acusado de abuso sexual contra Brenda.

Sentenciada a 25 años de cárcel, Brenda ha pedido la revisión de su condena en varias ocasiones desde que fue puesta en la lista de la libertad condicional; sin embargo, la libertad le ha sido negada, Ann Spencer podrá volver a solicitar el término de su condena dentro de dos años, en el 2019.

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