CUARTO VIOLETA: “La hija del narco”

30/12/2015 11:15 Actualizada 11:15
 

Los ligues de bares suelen ser la solución más práctica cuando se trata de buscar algo sin compromisos. El único inconveniente es que cuando las cosas se calientan se complica ir más allá de un faje. No me gusta llevar a mi casa a alguien que recién conocí y me da un poco de miedo ir a hoteles desde que me ligué a una chica muy fresa que resultó ser la hija de un narco o algo parecido.

No sé cómo no me di cuenta al principio, para mí lucía normal aunque un poco incómoda por el lugar, pues me imagino que estaba acostumbrada a sitios más ostentosos, pero siempre hay chicas como ellas en todos los bares lésbicos. No sueltan la bolsa, piden una cerveza (light, obvio) y se salen a fumar cada vez que pueden. Dos horas más tarde, están tomando body shots de alguna extraña.

Cuando la vi en la terraza de fumadores, me pareció muy curiosa. Tenía un saco café y botas de tacón. Parecía un poco aburrida, así que le pregunté su nombre. Me lo dijo y la plática continuó. Resulta que estudiaba un diplomado de derecho en la Ibero y estaba por viajar a España para tomar un curso de literatura.

Su celular, que estaba a un lado de mi cerveza, vibraba todo el tiempo. Platicamos por un par de horas. Primero en la terraza, luego cerca de unas escaleras y finalmente en su mesa. Sus amigas me hacían la plática y me preguntaban cada diez minutos si no quería tomar otra cosa. En el rato que estuve ahí pidieron dos de las botellas más caras que tenían en el lugar y un cartón de cervezas.

Yo ya había pasado de la plática a los besos y no me fijé más. 

Encandilada con las cervezas que me habían invitado sus amigas y caliente por los besos que no paraban, me envalentoné y le propuse que fuéramos a un hotel. Ella sonrió, lo pensó por unos segundos y me dijo que lo iba a intentar. No entendí a qué se refería hasta que salimos.

Lo demás transcurrió muy rápido. Habló con dos tipos enormes que estaban apoyados en una camioneta y regresó con una sonrisa de “vale, vámonos”.

Nos subimos al taxi y le di la dirección de un hotel cercano. Tenía la sensación de que la camioneta en la que se apoyaban los dos gorilas, nos venía siguiendo. Cuando vio el hotel al que planeaba entrar, torció la boca y dijo: “No, aquí no”. 

Fue entonces cuando ella tomó el control. Le dio una nueva dirección al taxista y terminamos en un lujoso hotel de Reforma. No me dejó pagar ni el taxi ni la habitación (obvio, no me iba a alcanzar, pero yo ya me había hecho a la idea de que me iba a costar media vida pagar la deuda de la tarjeta de crédito).

En el cuarto, ella fue la que me quitó la ropa. Me afianzó las manos al colchón y nunca dejó que la tocara. Hubo un momento en el que se retorció mientras metía mi pierna entre las suyas, pero fuera de eso, ella hizo todo. Yo, desgreñada y con una sonrisa gigante, terminé exhausta.

Nos salimos apenas amaneció. Afuera, obviamente estaba la camioneta y uno de los gorilas esperándola. Alcancé a ver un paquetito envuelto en cinta canela cuando entró al coche. De repente, todo cobró sentido y me puse paranoica.

Me ofrecieron llevarme al Metro más cercano o a mi casa. Me negué, por supuesto, y les dije que estaba bien, que ya había pedido un Uber.

Ella estaba muy seria y no dejaba de ver su teléfono. Apenas me volteó a ver y me dijo “cuídate”. Cuando estaba a punto de arrancar, el tipo gigante que iba a lado de ella me dijo adiós y me llamó por mi nombre.

Tardé una semana en perder el miedo y jamás volví a ese lugar. Aunque eso sí, el sexo oral estuvo increíble. 

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