Testigo del dolor olvidado

29/09/2014 22:15 Elizabeth Palacios Actualizada 22:35
 

Hace ya cuatro años que Arturo cruzó el umbral y penetró en un mundo en el que el tiempo parece haberse detenido. Un lugar que es testigo mudo de la pobreza, la ignorancia, la insalubridad, el abandono y la discriminación. Arturo ha sido fotoperiodista toda su vida. La cámara ha sido para él, como para muchos colegas, un escudo para enfrentar la realidad.

Pero aquella mañana de otoño de 2010, Arturo tuvo que despojarse de ese escudo. Debía acercarse a la realidad sin esa protección que le daba el mirar las cosas detrás del lente. Lo que sus ojos desnudos vieron fue impactante.

El pueblo de Zoquiapan está  en el oriente del Estado de México, en el municipio de Ixtapaluca. Allí está, hasta ahora,  el único leprosario oficial de este país que se ha empeñado en esconder sus vergüenzas.

Cuando Arturo Bermudez, que entonces era editor de fotografía de un semanario, llegó al lugar, fue recibido por el Dr. Alberto Lozano, que dirigía el hospital. Arturo pudo hacer algunas fotografías del sitio y sobre todo, de las personas que allí iban encontrando la muerte de a poco, o mejor dicho, la muerte iba a por ellos en pedacitos, para restarles cada día un poco de la vida a la que se aferraban.

Lucio, quien en ese momento tenía todavía una de sus piernas completa y la otra a la mitad, permitió a Arturo retratarlo, mientras él oraba en la capilla del hospital. Pero antes le hizo prometer algo: él debía regresar. Y es que, aunque la lepra es un mal que produce un dolor constante y agudo por las heridas siempre abiertas y supurantes en la piel de quienes han sido contagiados por la bacteria, quizá el dolor más grande es el que provoca el olvido.

Hoy quien quiera conocer a Lucio puede hacerlo. Su cuerpo mutilado por la enfermedad contrasta con la paz de un rostro que esboza una mueca que podría ser una sonrisa apacible. Una silla de ruedas lo sostiene en medio de uno de los patios del Hospital General Dr. Pedro López. Esa imagen, el retrato de Lucio, es la portada del libro El último leprosario, resultado de tres años de visitas, cuidados, amistad y conocimiento convertidos en fotografías que revelan tal vez el último capítulo de una historia a la que muchos han preferido dar la espalda: la de la lepra en México.

Arturo llevaba tiempo deseando enamorarse de un nuevo proyecto. Esa necesidad que las mentes creativas sienten como un grito desesperado para no caer en la monotonía. Pero esta investigación periodística se convirtió en un agente de cambio, no sólo profesional, también personal para el fotógrafo que hoy es un ser humano diferente.

Lucio y Cirilo vivían en el leprosario desde hacía mucho tiempo, igual que Humberto. Con ellos tres, Arturo tejió lazos que hoy son inquebrantables. Al fotógrafo le tocó ser testigo de cómo Lucio perdió la pierna que todavía tenía cuando le conoció. Por eso mismo, Arturo creía que sería él quien moriría antes, pero no fue así. Fue Humberto, su cómplice, su amigo, casi su padre por el vínculo que construyeron, el que murió primero.

La voluntad inquebrantable de ellos, su manera de aferrarse a la vida, a sus creencias, a su fe, transformaron en consecuencia la vida de Arturo. 

Cuatro años han pasado desde que el fotógrafo pisó por primera vez aquel olvidado hospital. En el pasado, este lugar llegó a albergar a más de 8 mil pacientes. Hoy son apenas nueve personas las que deambulan por sus jardines, sus pabellones, sus patios, su capilla. 

Arturo aprendió de ellos que aunque la lepra terminará por matarlos, el olvido es el que les arrebata esa vida a la que aún se aferran, porque es suya.  Con este libro, Arturo busca gritarle al mundo que ahí, donde parece no haber más que castigo y dolor, hay nueve personas que siguen vivas, y están felices por el simple y sencillo hecho de estarlo.

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