SIN CLÓSET: “¿Qué me hiciste, Beto? ¿ya soy gay?”

27/11/2015 14:33 Raúl Piña Actualizada 14:34
 

Esto no me hace gay ¿o sí? pregunta Adolfo, mientras mete los dedos al cabello, al tiempo que no aguanta el dolor de cabeza, la cruda y remordimientos.

—No sé, güey —responde Beto, mientras enciende un cigarro y se acomoda en la cama al tiempo que le acaricia la espalda.

Adolfo huye de la mano que lo acaricia y se levanta buscando sus calzoncillos entre el revuelo de latas de cerveza, ropa y condones usados.

La noche anterior, la empresa ofrecía una fiesta de despedida de la contadora Maldonado y todos reían y se divertían de lo lindo.

Corrían los ‘shots’ de tequila y la música no paraba, mientras todos brincaban y gozaban como chamacos en tardeada.

—Güey —insiste Adolfo —no me acuerdo de nada. Me puse pendejo y abusaste de mí. No mames Beto, ¿qué me hiciste? ¿Qué pasó?

Beto se levanta molesto y se pone unos pants que están a la mano en una silla. “Nada que no quisieras, Fito”.

—No me digas Fito, cabrón, no somos nada para que me hables así. 

Adolfo comienza a alterarse y Beto le alcanza una chela fría que saca apresurado del refri y de las pocas que quedaron de la noche anterior.

Todos bailaban en grupo y la contadora les decía que los iba a extrañar y que nunca se olvidaran de ella. 

¡Salud! Brindis por aquí y por allá.

Abrazos, deseos de éxito y fotos, muchas fotos.

—¡NO mames! —grita Adolfo —es la una y tenía partido de fut a las 11. ¿Y ahora? ¿qué digo? ¿Cómo explico que no pude llegar? Me van a cagar por tu culpa, puto.

Al ritmo de la música de la Trevi, Adolfo —arriba de una silla y con los labios pintados con labial de Lety, la secre— bailaba quitándose la camisa y gritando: “¡Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella!”...

Aplausos, ¡viva, viva! y Beto bajándole los pantalones, mientras Adolfo hacía presunción de sus ‘mazos’, como él le dice a sus bíceps. Sudor en el pecho, dedos en los pezones, cachondez al 100. Vedetismo puro.

—¿Dónde está mi celular? ¿No tomaste fotos cuando cogimos, verdad cabrón?

Fueron los últimos en salir de la fiesta. Beto le dijo que él manejaba, porque estaba menos pedo.

Adolfo se abrazaba a él y le decía que lo quería un chingo, que eran compadres, que tocara sus muslos:

—Pura fibra papi, toca—. Una cosa llevó a la otra. Y ahí, en la euforia de la fiesta, del cachondeo y de la lujuria, los besos, la cama, lo que sigue ya es de suponerse.

—Tú me dijiste que querías probar Adolfo, yo no te obligué a nada que no quisieras. Si no sabes beber o si no te sabes controlar, no bebas así ¡chingaos!—. Beto ya está molesto y al tiempo que le entrega su chamarra abre la puerta y le dice que se vaya.

—Nomás te advierto una cosa, puto —sentencia Adolfo —si alguien se entera o si me metes en pedos en la oficina, te mato cabrón, te mato.

Suena el celular de Adolfo y mientras hace la seña de ‘shhhhh’ contesta con voz melosa y dice:

—Sí gorda, ya voy para allá, nos la seguimos en casa del licenciado Olivares y ni modo de decir que no. Ya sé, compra los mixiotes y las chelas y llego a casa de tu hermana.

Se recarga en el marco de la puerta y con mirada de culpa le dice a Beto: —Ni me hables en el trabajo, ni me saludes, ni te acerques a mi oficina, ni siquiera me veas o te madreo.

—Vete al cuerno —le dice Beto —avienta de un golpe la puerta —ni que me interesaras tanto pendejo.

Suena un toc-toc y Beto abre.

—Podemos hacerlo otra vez si somos discretos Betito, nomás que sea todo discreto.

Adolfo le da un beso en la boca y corre al elevador.

Beto lo aleja con enfado y le dice: —Güey, maricón no es el que se acuesta con un hombre, es el que se casa con una mujer para ocultarlo… me das hueva y mucha pena… ¡adiós!

Se abre otra chela, pone música, mira cómo se aleja el auto de Adolfo y canta: “Te pareces tanto a mí…. que no puedes engañarme”.

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