CONDOMINIO HORIZONTAL: “Melodrama”

26/12/2015 10:48 Actualizada 13:57
 

“Ella sabe que no debe entregarse a cualquiera. Pero él es un caballero, no un paria. Sabrá cumplir la promesa de amor que ella imagina haber escuchado”

¿Me amas? —pregunta ella con el rostro sostenido por las fuertes manos de él.

Baja la mirada un instante sólo para percibir la belleza oculta en el piso de duela pulida, en los mullidos tapetes que la cubren, en la chimenea que crepita unos metros más allá. Cuando su mirada vuelve a la de su amado, descubre en sus ojos los fulgores de las brasas de carbón ardiente, de los leños que se consumen para proporcionar calor y alivio a la pareja.

¿Por qué no me responde?, se pregunta ella, mientras recibe un beso tierno, apenas el roce de los labios. Una corriente de aire se cuela entre los postigos de la puerta, haciéndola que lance un aullido descarnado. Es como si un alma atormentada suplicara por entrar, por tener cabida en ese paraíso de tibieza y plenitud. Es un grito en el que se pierde la respuesta del hombre. La mujer no alcanza a escucharla. Apenas percibe un leve asentimiento. Al menos es lo que busca creer. Se aprieta contra el pecho del hombre para resguardarse de las almas que rodean la casona lúgubre que está en la parte más oscura de la montaña.

Sí, sí me ama, termina por convencerse. Ella sabe que no debe entregarse a cualquiera. Pero él es un caballero, no un paria. Sabrá cumplir la promesa de amor que ella imagina haber escuchado en medio del aullido del viento, del crepitar del carbón en la chimenea. 

Convencida de lo que ha escuchado pero temerosa por lo que está a punto de hacer, se aparta unos pasos del hombre. Mira hacia abajo, de nueva cuenta. El golpeteo de su corazón casi puede escucharse en medio de la llovizna que ya ataca a las tapias del techo. Se decide. Con lentitud alza la cara. Las llamas del fuego se avivan en su mirada. 

Sin separar los ojos de los del hombre, comienza a desatar el moño que cubre su escote. El hombre sonríe, pero deja clavada la mirada en los ojos de la mujer. Así, apenas puede intuir la aparición de unos pechos pálidos, pero redondos, con las formas turgentes que claman por una caricia. 

La blusa cae por completo y él se acerca. La besa. Ahora los dos abren la boca. El pecho del hombre recibe el empuje de los pechos de la mujer. Ella juguetea con el cordel del blusón de él. Con calma. Cuando logra abrirlo, un espasmo la recorre. Es el producto del tenue contacto entre sus pezones y la pelambre que cubre al hombre. Él sonríe de nuevo. 

Con delicadeza lleva a la mujer hasta uno de los sillones. Ahora el fuego está a su costado. Descubre las piernas con parsimonia. Dejando que el resplandor coloree su palidez. Tantea debajo de la falda. Ella junta las piernas. 

Es un movimiento instintivo. Se encuentra con la mirada del hombre. Cede. Las separa para que él le quite las bragas. 

Él mismo se desnuda. Ella percibe su hombría como una sombra, gigante, trémula por el fuego que los abrasa. 

Lo recibe dentro. Duele un poco, pero el placer disipa las molestias. 

También los remordimientos. Él deja caer todo el peso de su cuerpo. La falda se enrolla por completo. Las nalgas de la mujer parecen hechas por un trazo divino. La eternidad se queda agazapada en un abrazo que calienta más la habitación que todas las fogatas del mundo. 

Para cuando terminan, el hogar aún resguarda carbones ardientes. 

Hombre y mujer están tendidos uno al lado del otro. Exhaustos. 

—¿Me amas? —vuelve a preguntar la mujer. Lo hace para reafirmar sus sentimientos. Ella no tiene ninguna duda de que es correspondida. 

El hombre respira fuerte. Parece aprestarse para una patanería, la afrenta ya ha sido consumada. Un nuevo aullido sale de la puerta. Ahora es diferente. Tras él cede la hoja de madera. El estruendo los incorpora. La mujer se cubre los pechos con una sábana. Sin tino. Uno de ellos queda al descubierto. También su abdomen. La línea tenue de su sexo. El costado de su cadera. 

La ráfaga de aire que entra junto con él eriza toda la piel de la mujer. 

Siente el segundo estremecimiento de la noche. Reconoce primero la furia en el rostro del intruso. Por eso deja caer la sábana, ofrendando su desnudez a la sorpresa. Es bella. Demasiado bella. El tesoro que todos querrían poseer. 

Un grito que mezcla la furia y el dolor sale de la boca del intruso. Blande una espada. Da un paso hacia adelante. Tropieza. 

—¡Corte! —Dionisio Serón interrumpe la escena. 

Todos lo miran con cansancio. Sobre todo la actriz. 

—Ni modo, mamacita, a follar de nuevo. Esto tiene que salir en una sola toma.

frase de zona g mujer g y asi como quien dice aqui pura poesia

Chuchito perez

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