ASESINOS SERIALES: Amor Caníbal

26/06/2015 06:00 Ricardo Ham Actualizada 18:40
 
Las manos  se acercaban al teclado de la computadora, la gota de sudor frío iniciaba el recorrido desde la frente hasta la barbilla, el corazón de Armin parecía escapar de su pecho, la erección estaba a punto de hacer explotar el pantalón. Ansioso  entró a la sala de chat, nunca un sonido de alerta ocasionó tanta excitación, una sonrisa se dibujó en sus labios, por fin encontró la pareja ideal, del otro lado del monitor estaba  un hombre que compartía la misma fantasía, a pesar de no conocerse  tenían una extraña atracción, eran almas que se complementaban. Sin embargo, algo perverso comenzaba a cocinarse, el erotismo compartido estaba lejos de lo romántico y cerca de lo grotesco.
 
Armin Meiwes soñaba convertirse en un caníbal y Bernd Brandes esperaba ser su platillo suculento. Los dos se encontraron, ambos cumplieron sus perversas fantasías.
 
Los editores de las viejas revistas del corazón nunca imaginaron el giro que darían las citas a ciegas que promovían y palidecieron de terror al conocer la historia de Meiwes y Brandes. 
 
Ellos eran hombres maduros con cierto grado de éxito profesional, ambos buscaban incesantemente el momento de hallar a un cómplice de gustos sexuales, de placeres extraños que parecían salidos de las más oscuras cintas pornográficas, pero que ni el más retorcido equipo de producción hubiera llegado a imaginar.  Armin deseaba vehementemente seguir la vieja tradición germana de los asesinos caníbales, pero el punto de quiebre era que su necesidad de no obligar a su víctima. Parecía que nunca lo lograría, hasta que Brandes respondió el mensaje de chat. Bernd esperaba sentirse tan deseado que incluso quisieran comérselo, la fantasía incluía el placer vouyerista de mirarse mientras lo devoraban .
 
Al darse el encuentro, la lujuria venció al miedo, tras largas cantidades de alcohol y drogas ambos estaban listos. 
 
Armin comenzó a cortar los órganos sexuales de Bernd, los cocinó con paciencia y trató de comerlos, Bernd pidió a gritos un trozo de su propio miembro, pero tampoco fue capaz de ingerirlo. La desilusión llevó al homicidio de Bernd, que era parte del trato.
 
Armin siguió alimentándose los días posteriores de la carne de su cómplice, pero  la necesidad de volver a intentarlo con una nueva víctima voluntaria lo condujo de regreso a la sala de chat.
 
El error de Meiwes fue el alarde, pues presumió su experiencia caníbal en los  chats, uno de los participantes decidió denunciarlo y la policía no tardó demasiado en atraparlo.
 
Pero su captura encerraba una interrogante legal, ¿por qué delito consignarlo? ¿Se puede acusar de homicidio un acto sexual consensuado? ¿Se puede hablar de víctima cuando ésta permite ser agredida? Mientras la discusión continúa Armin Meiwes ha obtenido fama mundial por sus deseos sexuales y las múltiples demandas que ha entablado por quienes explotan su historia, ya sea musical o en cine .

 

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