El gay quedado

17/07/2015 03:00 Redacción Actualizada 03:00
 

Me encuentro con Juan Manuel en uno de esos tantos nuevos negocios con patio del Centro Histórico.

Frente a nosotros, un Hombre Araña cobra por tomarse fotos y una réplica de una Adelita y un Pancho Villa están suspendidos en el aire y no mueven ni una pestaña.

Juan Manuel se acomoda aún agitado pidiendo mil disculpas. Que si el pesero no pasaba, que si el Metro se detuvo, etc. 

—Ya estás aquí —le digo mientras me empujo lo que queda de mi segunda cerveza esperándolo.

—Ay ‘manito’, ya no se qué hacer —susurra entre timido y triste.

—Mi mamá cada vez está más caprichosa y ninguno de mis hermanos se quiere hacer cargo de ella, y menos ayudarme.

Juan Manuel es el menor de siete hijos y como nunca se casó, pues quedó como responsable del cuidado de su mamá.

Algo así como la novela aquella “Como agua para chocolate”, en versión gay.

—Ay amigo, ya no puedo más —una lágrima está por caer en su mejilla—, me siento desesperado y me angustia y me da no sé qué pensar que a veces ya no aguanto el trajín y, al mismo tiempo, me siento culpable con sólo imaginarlo y automáticamente me convierto en el peor de los hijos por tener esas ideas y ese cansancio. 

—Pero es mi madre y no la puedo dejar sola. Si no lo hago yo ¿quién?  Visitas al médico, comprarle sus medicinas, hacerle el mercado, llevarla a caminar, sufrir sus cambios de humor y sus berrinches. Es como tener una hija de cinco años. Ya no tengo vida, querido Raúl. La poca que tengo es para atenderla a ella.

 —De la casa al trabajo y de regreso tengo que pasar por sus bolillos, su pan dulce y leche para merendar. A veces ni siquiera me alcanza y he tenido que pedir fiado. Mis hermanos se han desentendido con la excusa de proveer a sus familias y la falta de tiempo.

Me estruja la mano con fuerza y me dice: 

—No quiero aburrirte, pero tampoco tengo con quién platicar todo esto—.

Mientras Juan Manuel va al baño, yo me quedo viendo hacia ‘la nada’ y pienso en esos muchos amigos y/o conocidos homosexuales que no consolidaron una pareja, ni compraron una casa o no se quisieron ir de la materna. Esos que ahora son cincuentones o más de eso y que ven pocas posibilidades —a estas alturas— de poder independizarse y de consolidar una vida más libre y menos llena de compromisos morales y de responsabilidades heredadas.

Esta situación se presenta en todos los niveles sociales. Desde el hijo de doña Elvira en la colonia Los tres baches, hasta los refinados y llenos de abolengo, hijos de la Colina de los perros pedigree.

El hijo gay cuida, atiende, conversa, se convierte en amigo, confidente, sicólogo, nutriologo, médico, masajista, chofer, etc.

Estamos contentos después de un par de horas conversando, comiendo rico y echando ‘chelas’, cuando de pronto suena su celular. Es su mamá.

Cuelga con cierto enfado y me dice: 

—No te digo, no me deja ni un rato para divertirme. Me llamó para recordarme que no olvide sus pastillas para la presión y ahora tengo que ir a la farmacia donde tengo la cuenta para que me den puntos y no pagarlas. Me da pena tener que irme ‘manito’, pero lo primero es lo primero.

Se deshace en disculpas y le aseguro que no hay problema. Corre entre los transeúntes para alcanzar el semáforo en verde y no perder tiempo.

No cabe duda de que “madre sólo hay una”.

 

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