#SOY PÚRPURA

14/10/2015 21:38 Srita. Velázquez Actualizada 02:57
 
 Muchos consideran que una cruda moral es completamente normal,  y casi obligatoria, después de una fiesta de completa destrucción, pero hay veces en que las crudas llevan nombre y apellido.
 
Esta semana fue cumpleaños de una muy buena amiga que conozco desde la preparatoria. La idea era ir a comer y después encontrarnos con   dos amigas más, para ir a dar uno de nuestros famosos ‘alcoholitours’ que consiste en visitar tres o cuatro bares hasta encontrar uno con buen ambiente y nos quedamos ahí  hasta el día siguiente.
 
Una de las invitadas era Laura, mi faje de borrachera en un par de ocasiones. La otra era Carla, una chica que recién conocí por Facebook.Cuando ves a Carla, con sus 25 años, sus 1.56 cm y su cabello chino siempre revoloteándole la cara, jamás adivinarías que en realidad es gerente de ventas de una importante marca y además tiene su propia empresa. Siempre está hablando por teléfono, nunca falta al gimnasio y   dice que Zona Rosa es para la ‘chachada’.  No es muy guapa, pero su personalidad y seguridad la hacen sumamente atractiva.
 
Empecé a hablar con ella desde hace un par de meses, siempre platicando sobre nuestros respectivos trabajos y saturadas agendas, hasta que un día comenzamos a salir. Me gustaba mucho y me hacía sentir vieja de diputada.Un par de semanas después, me enviaba fotos de ella semidesnuda y  teníamos conversaciones subidas de tono por las noches, en resumen, todo iba perfectamente, hasta que comenzó a ‘intensear’. Fue cuando me pidió que considerara formalizar la relación o como se llamara lo que teníamos. La rechacé porque acababa de salir de un noviazgo de dos años.No sé por qué invité a Carla esa noche, creo que para quitarme la curiosidad o tal vez porque estaba a punto de irse a Argentina por un mes por cuestiones de trabajo.
 
Después de comer, mi amiga, Laura, Carla y yo entramos a un bar de la Plaza Juárez en el Centro. Ahí, un grupo de hombres sentados a un lado trató de hacer su movida, nos reímos  por su ingenua invitación y nos fuimos a Zona Rosa.
Llegamos al segundo bar en la bendita y jota calle de Amberes. Pedimos una cubeta y cantamos en el karaoke.  Cuando llegamos al tercer lugar yo había perdido la batalla contra la sobriedad. Carla comenzó a bailar y a besar a una chica delgada, de pelo corto y  lentes, mientras yo comencé a besar a Laura. Las dos nos dábamos celos, pero cuando Laura o la chica de lentes se alejaban, no podíamos evitar tocarnos o besarnos. Obviamente, fue inevitable que termináramos en la cama, pero no quiero arruinar el desenlace de la historia.
Después de acabarme una cerveza tras otra y de ir coleccionando recibos en mi cartera, visitamos un último bar. Mi memoria había dejado de funcionar desde horas atrás y estaba en modo automático. Mi amiga de la preparatoria y Laura se fueron, pero Carla y yo nos quedamos a calentar las cosas. Medio torpe por el alcohol, le dije  que sería su novia por una noche y nos fuimos a su auto. Ahí le quité los pantalones y empañamos los vidrios sin que nos importaran los continuos rondines de las patrullas o que en pocas horas entraba a trabajar, no nos importó nada.
 
Aunque nunca había sido tan torpe, todo iba de maravilla, pero en mi ebriedad envalentonada me puse frente a ella, la miré a los ojos y le dije: "Si no fueras tan puta, andaría contigo".
 
Fue el acabose.Me llevó a mi casa y se durmió en el sillón. Más tarde, se despidió de mí con un seco “nos vemos luego".
Por la tarde, en la oficina, con mi trajecito de Godinez y una cruda apocalíptica, le mandé un mensaje que apestaba a cinismo: "¿Qué pasó ayer?"
 
Al final, la cruda se me pasó, pero Carla se fue a Argentina sin despedirse.
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