CUARTO VIOLETA: Nos metimos al baño a fajar... y nos cacharon

10/11/2015 23:04 Srita. Velázquez Actualizada 19:41
 
El sexo impulsivo, convulso y precipitado (en lugares públicos) tiene su propio encanto.
 
La ventaja de ser mujer es que nunca se generan sospechas si dos entramos al baño.
 
Aunque cuando comienzan los gemidos y los golpes en las puertas es obvio lo que sucede.
 
Me surgen muchas historias al respecto. Propias y ajenas. Siempre he sido deportista, entonces era común que en los vestidores de la escuela me encontrara con chicas de futbol o básquet que salían de un mismo baño con el pelo alborotado y ajustándose el sostén. Cuando era joven y libidinosa (ok, tal vez aún lo soy), me vetaron un par de ocasiones de los baños de las escuelas.
 
Una vez en la preparatoria y otra en la universidad. Aún me acuerdo y sonrío. Acepto que el regaño y el susto que nos metió una directora a mí y a mi amiga ‘Yuli’ fue de muerte, pero ahora que pasaron los años lo recordamos y nos causa gracia. Nos creemos una suerte de cómplices.
 
Estábamos en la edad de la curiosidad, en esa bella época de escaparse a lo más recóndito de las canchas deportivas para besarnos y excitarnos hasta el cansancio, aunque siempre nos deteníamos cuando la mejor parte se acercaba.
 
Un día, cansada de aguantarnos y de no encontrar un lugar dónde fajar a gusto, terminamos en el baño del edificio principal. Era noche y los pasillos estaban completamente desolados. Nos arrancamos la ropa apenas cerramos la puerta, le agarré las manos por encima de la cabeza mientras le besaba el cuello. Ella gemía y me arañaba la nuca, me metía la mano bajo mi blusa y hacía que también yo gimiera. Nos arrancamos los cinturones y los aventamos a un lado. No podíamos más. Le desabotoné el pantalón, comenzó a temblar y tuve que ponerle una mano en la boca, tomé su mano y .... nos cayó una de vigilancia. Al principio preguntó si había alguien. Las dos nos miramos asustadas... toda nuestra ropa estaba en el suelo, mis lentes en los lavabos, su chamarra colgada afuera de la puerta... mi pantalón abajo... No nos quedó de otra.. tuvimos que salir con toda la vergüenza del mundo a explicar por qué nos habíamos encerrado y por qué nos había dado calor de repente.
 
La mujer estaba indignadísima y furiosa. Nos cantó de todo, desde que íbamos a perecer por la eternidad entre las llamas del infierno, que jamás encontraríamos trabajo ni tendríamos una familia normal por ser unas depravadas y que, obviamente, nos expulsarían de la escuela. Nos pidió nuestras respectivas credenciales y como era tarde... nos dijo que enfrentaríamos a la directora al día siguiente.
 
Esa noche no pude dormir. Mis papás, cristianos puntuales de cada domingo, no sabían nada y no quería que se enteraran de esa forma. Por supuesto, al final terminaron enterándose por la mala, pero esa es otra historia.
 
Al día siguiente, llegamos a la oficina de la directora. Era una mujer alta, robusta y un cabello increíblemente esponjado. Le decían la ‘Amanda Miguel’. Tras cerrar la puerta, la mujer nos preguntó si éramos novias y si estábamos seguras de que nos gustaban las mujeres. ‘Yuli’ dijo que no, yo dije que sí.
 
Cuando terminó el interrogatorio, el ambiente se relajó. La mujer nos sonrió y nos confesó que su mejor amiga era lesbiana y estaba casada.
‘Yuli’ y yo nos miramos y creo que exhalamos un enorme suspiro mental. 
 
Nos devolvió nuestras credenciales y nos aconsejó que si queríamos estar juntas, buscáramos un lugar más adecuado. Para variar, ‘Yuli’ me rompió el corazón un par de semanas después, cuando se dio cuenta que no iba a dejar a su novio de dos años por mí. 
 
Salimos de la preparatoria, entramos a la universidad y después cada quien hizo su vida. Todavía hoy nos seguimos viendo en ocasiones y nos guardamos mucho cariño... y ganas.
 

 

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