Se empolvan libros de abues en Coyoacán

09/06/2014 23:23 Tanya Guerrero Actualizada 23:26
 

Su rostro regordete lleno de surcos delata su edad. Su cabello blanco, acomodado con esmero, la confirman. Tiene 71 años y cuenta que en los mejores días de su vejez, estaba sentada en un salón austero rodeada por 20 mujeres. Todas mucho más jóvenes que ella, la abuela. 

Dice que escuchando su voz ronca, todas ellas la miraban atentas mientras sus manos rugosas sostenían un libro con una portada de Santa Anna. Esta mujer de la tercera edad les estaba leyendo. 

Gisela Delgado Dávalos tiene achaques propios de la edad, utiliza dos pares de lentes para alcanzar a ver y cada vez le cuesta más trabajo cargar su bolsa. 

A simple vista parece una abuela como cualquier otra, sólo que hasta hace un año y medio, esta viuda era una abuela especial. 

Formaba parte del programa de Abuelas Lectoras de Coyoacán, iniciativa que por falta de fondos desapareció.

Es muy valorada la imagen de una abuela que cuenta cuentos y las historias se aprecian más si eres un niño que padece ceguera, una niña que no tiene hogar, un bebé abandonado por tus padres, un adulto mayor en condición de extrema pobreza o incluso otra abuela que no corrió con la suerte de ser estimada y vive en alguna de las instituciones que, en su mejor momento, el programa llegó a tocar. 

PRENDÍAN LA IMAGINACIÓN

A pesar de sus dolencias y mareos por la diabetes, Gisela afirma que ni un solo día faltó a la sesión de lectura semanal que ofrecía a las mujeres víctimas de violencia de la Unidad de Atención y Prevención de Violencia Familiar (UAPVIF) de Coyoacán, grupo al que leía en voz alta los viernes. 

Como Gisela, más de 70 abuelas —cuyas edades iban desde los 50 hasta los 75 años— se distribuían semanalmente en las 17 instituciones en donde estaba habilitado el programa. 

Centro Amanecer para Niños, Hospital de la Ceguera, Anexo de Varones del DIF, Centro de Salud Copilco, casas hogar y casas de cuna, todas ubicadas dentro de la delegación, eran algunos de los lugares donde, por semana, una mujer abría un libro para compartirlo. 

“Se valora la experiencia de una abuela y esa experiencia se pone en el lugar correcto”, explica Paloma Saiz Tejero, coordinadora de la Brigada para Leer en Libertad, que hace tres años y medio implementó junto con la delegación —en la administración de Raúl Flores—, la idea de invitar a mujeres de la tercera edad a invertir sus días compartiendo sabiduría, lecturas y palabras a madres solteras, niños sin hogar y enfermos.

La nobleza del programa la califican a partir de la gente a la que beneficiaba, ello sumado a que sin recibir pago alguno estas mujeres leían.

“Lo bonito era que imaginaban tu lectura y a pesar de tener deficiencia visual, buscaban mirar los dibujos del libro”, es lo que recuerda Tina de las ocasiones cuando leyó en voz alta a un grupo de 50 niños que padecían estrabismo en el Hospital de la Ceguera. 

Esta abuela cuenta que en la sala de espera del hospital, niños de entre 3 y 10 años se juntaban a su alrededor para escucharla. Para ella, leer es un arma para aprender y transportarse a lugares donde no se puede ir, en especial para estos pequeños a quienes, sospecha, probablemente nunca nadie les leyó antes que ella. 

A un año y medio de que la administración de Mauricio Toledo cesara los fondos para ejecutarlo, el programa de “Abuelas Lectoras” se resiste a desaparecer.

Las abuelas en resistencia se reúnen semanalmente para compartir experiencias, leer historias, mejorar su entonación y cuidar su postura. Todo en pos de dar lo mejor de sí a aquellos que atentos las rodean.

Cuando Armando Fuentes narra las fechorías de Santa Anna en su libro La otra historia de México, es la parte que más le gusta a Gisela Delgado. Pero ese libro permanece cerrado y dentro del ropero de esta abuela, esperando a que algún día, alguien más pueda oírlo.

 

 

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