VIDAS CALLEJERAS

08/10/2014 03:30 Paola Ascencio Actualizada 16:23
 
Son las diez de la mañana y entre las reducidas calles de la colonia Roma se escucha un viejo radio que canta y acompaña a  Gerardo Vázquez.  Allí, con las manos llenas de polvo y grasa, arregla un zapato que le fue confiado. Y es que este zapatero remendón tiene su pequeño taller en plena calle, en una de las esquinas de la Ciudad de México.
 
La sombra que comparte con un pequeño carrito de metal se la da un paraguas de playa multicolor. Este hombre platicador lustra y arregla los zapatos de sus clientes. Vino del estado de  Hidalgo y ayudado por unas viejas herramientas ofrece nueva vida a todo tipo de calzado. 
 
“Desde que yo me inicié como zapatero remendón, hago lo que el cliente necesite, desde una costurita, hasta cambiarle las suelas”, asegura don Gerardo.
Entre botas, zapatos escolares, zapatillas y tenis, este zapatero practica el trabajo que le fue enseñado por su tío cuando tenía apenas ocho años. Así, boleando, cosiendo y pintando, don Gerardo aprendió hasta convertirse en el gran artesano que es hoy.
 
“Cuando yo llegué aquí como a los cinco o seis años, yo no estudiaba ni nada. Entonces, un pariente le pidió permiso a mi papá de que me fuera a trabajar con él. A mi pueblo ya nunca regresé, pero tuve un tallercito aquí en Zacatenco. Ya después me vine para acá”, platica este hombre quien sonríe al mencionar que le gustó “esta esquinita” porque es muy transitada.
 
A don Gerardo, sus clientes lo saludan aun cuando no le lleven mercancía. Y es que con el paso de los años,  se ha convertido no sólo en su zapatero remendón de cabecera, sino en un vecino confiable. Y es que ya son más de 20 años, desde que este hombre zapatero se postró en la esquina de Colima y Cozumel.
 
Con la ayuda de Tacho, un hombre de 70 años, quien al indicar su edad asegura: “ya caducó”, Gerardo trabaja cinco de los siete días de la semana. Por las noches, con sus 58 años encima, se convierte en velador del parque México. Los fines de semana, cuenta, los aprovecha para regresar a su hogar, en Ecatepec. 
 
A las seis de la tarde, el viejo radio que acompaña a Gerardo Vázquez deja de cantar. Recoge los zapatos que le fueron encomendados y cierra su pequeño taller que le da lo suficiente para vivir. 
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