¡Los queremos vivos!, el clamor

08/10/2014 23:08 Yara Silva Actualizada 19:26
 

Lorenzo desapareció y con él, la esperanza de ser maestro. Ser estudiante de la Normal de Ayotzinapa le promete tener un empleo y dinero para alzar la casa de sus padres que hace dos años un sismo derribó.La noche del 26 de septiembre, Lencho y 42 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” fueron levantados por policías municipales. La noticia no tardó mucho en llegar a Huajitepec, la comunidad del pueblo de Ometepec, donde nació Lorenzo.

Ahí, su padre campesino y su madre ama de casa, esperaban que Lencho volviera a la casa que ya no tenían. Y es que hace dos años, el pueblo de la Costa Chica de Guerrero, fue el epicentro de un sismo que derribaría las casas de los habitantes. Para Lorenzo, vecinos y familia no hubo ayuda, ni trabajo suficiente para levantar los muros de adobe.

El campo no daba más que 150 pesos diarios, insuficientes para reconstruir un hogar derribado. Dos años de vivir bajo las ramas de un árbol, motivó a Lorenzo a terminar el bachillerato y salir del pueblo a buscar “algo más que el trabajo en el campo”.

Por eso él, como la mayoría de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, abandonan a la familia, amigos y casa en busca de una “vida mejor”.

Así lo dicen las tías de Lorenzo que ayer marcharon por las calles del DF. Sus padres no llegaron a la ciudad porque esperan los resultados de un estudio de ADN.

Pero, tías, padres y amigos de Lorenzo tienen la esperanza de que él viva. Hoy exigen “que el gobierno devuelva vivos a los jóvenes que la policía municipal de Iguala les arrancó”.

Y sí, para Lorenzo, Adán, Jhosivan y todos quienes forman una lista de 43 estudiantes, la Normal representa la oportunidad de “superarse”. Estudiar por cuatro años y vivir ese mismo tiempo dentro del internado de Ayotzinapa, es un alivio para los 522 alumnos que alberga la escuela rural. Pero hoy, 43 no aparecen.

Raúl Godínez Lara, tiene 21 años y como la mayoría de los jóvenes desaparecidos, cursa el primer año en la Escuela Normal para hombres. Ahí llegó con el propósito de obtener una plaza como maestro en Tixtla.

Él fue testigo en la noche de la “masacre”. Dice que aún escucha detonar las armas que acribillaron a sus compañeros, también recuerda las amenazas de los policías y los lamentos de los heridos.

Y por esa imagen que no logra borrar, está seguro de querer continuar como estudiante normalista. No le importa abandonar a su madre por cuatro años, tampoco protesta por tener que salir de la escuela en busca del dinero que les da de comer. Sabe que graduarse le pinta un mejor futuro para él, sus seis hermanos y la madre viuda que hoy trabaja en el cultivo de maíz.

Lo dice mientras mira subir a un estrado instalado en el Zócalo a Bernabé Abrajam de la Cruz, un hombre mayor que nunca había viajado al DF y que no sabía lo que era hablar frente a las 15 mil personas que ayer marcharon. Le tiembla la mano que sujeta el micrófono pero al terminar su discurso, dice que no tiene miedo, que no temblará hasta tener a su hijo de vuelta.

Él, dice, “es un muchacho trabajador, con ganas de superarse al que no he visto desde agosto”. Era el periodo vacacional para Adán y dejó el internado para visitar a su familia en el pueblo natal, ubicado en la Costa Grande de Guerrero. Fue breve su estancia, pero en el pueblo todos le aplaudieron. Y es que Adán era el único de los ocho hermanos que sabía leer y escribir. Desde niño tuvo la voluntad de estudiar y de trabajar en el campo para ayudar a su familia.

Él, como los 43 alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa, es la esperanza desaparecida en Guerrero.

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