El caníbal del martillo | ASESINOS SERIALES

07/08/2015 05:00 Ricardo Ham Actualizada 10:19
 

Nuevamente la vista se hacía borrosa, el excesivo ruido no le permitía escuchar correctamente, aunque Peter se frotaba constantemente los ojos, su mirada no se aclaraba del todo, un sonido constante parecía presionarle la cabeza, se convertía en zumbido casi ensordecedor que le impedía escuchar sus propios pensamientos.

Todas esas sensaciones juntas sólo lograban confundirlo, sólo entendía que su cuerpo se sentía hambriento y cansado, era ya mucho el tiempo vagando sin dirección desde su salida del hospital. 

Peter apenas alcanzaba a recordar la ruta hasta el departamento de Brian, un viejo amigo que seguramente le tendería la mano. Nuevamente la vista nublada y el tremendo zumbido lo hicieron detenerse ante la entrada, el ruido se fue acallando ante la potente voz que le dijo exactamente lo que debía hacer, una macabra sonrisa dibujada por los recuerdos lo impulsó a llamar a la puerta. El rostro del amigo en vez de alegrarse se llenó de miedo, entendió de inmediato lo que iba a suceder.  

Peter golpeó con un martillo la cabeza de su amigo en repetidas veces, la sangre que salpicaba a sus ojos servía de medicina para aclarar  la mirada, sin dudarlo buscó calmar el hambre que lo llevó hasta ahí: en un sucio sartén, con un poco de mantequilla, Peter Bryan cocinó la masa encefálica del descuartizado anfitrión.

Los padecimientos mentales constantemente sirven de antesala y explicación para los más terribles asesinatos y las más extrañas conductas posteriores a la muerte de sus víctimas. En el caso del canibalismo, es un común denominador que la esquizofrenia y la paranoia se hayan diagnosticado con anterioridad a los protagonistas de tan macabras historias.

El inglés Peter Bryan es un ejemplo idóneo. Hijo de inmigrantes de las Islas Barbados, es el menor de siete hermanos, en 1994 ingresó al psiquiátrico penitenciario de Rampton tras el homicidio de la joven Nisha Sheth, a quien asesinó al acertarle varios golpes propinados  con un martillo. 

Diez años más tarde, cuando Peter daba claras muestras de su mejoría mental, los doctores decidieron ponerlo a prueba permitiéndole salir de la custodia, pero tan sólo en unos meses agredió sexualmente a una niña de 16 años.

Tras haber sido dado de alta psicológica, Peter se vio perdido en las calles inglesas hasta que su apetito lo condujo a la casa de Brian Cherry, un viejo amigo que le sirvió de almuerzo, sin el menor remordimiento Peter devoró la pierna y brazo de Brian; pero las habilidades culinarias de Peter no incluían la discreción, gracias a los ruidos denunciados por los vecinos, la policía logró evitar que Peter comiera de postre el cerebro de buen Cherry.

En abril de ese año, dentro de la cárcel, el caníbal inglés revivió su modus operandi y asesinó a golpes al también convicto Richard Loudwell, sin embargo, el personal de seguridad no permitió a Peter Bryan continuar con su rigurosa dieta.

 

Durante el juicio, Peter Bryan admitió haber asesinado a sus dos últimas víctimas para comer su cuerpo, pues aseguró que ingerir carne humana le daba una sensación de poder que ningún otro alimento le proporcionaba.

 

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