SIN CLÓSET: La Alondra y el Yonatan

05/06/2015 03:00 Raúl Piña Actualizada 02:17
 
¡Ahí viene el operativo! Es el último grito que escucha ‘Alondra’ y de inmediato junta las cuatro puntas de su tendido y se echa a correr. En las prisas se rompe una uña, pero no se detiene, hay que huir antes de que los de Vía Pública te quiten la mercancía. Entre prisas, palpitaciones aceleradas y jadeos, llega a un zaguán y ahí se esconde. 
 
Los vecinos la conocen y le hacen el paro de guardar sus discos ‘pirata’. Ya nada más que se calme el revuelo, volverá junto con todos a plantarse en las calles y a tratar de vender lo poco que le queda.
 
Regresa a su ‘humilde’ casa en el mero corazón de Tepito. Los cuates de la cuadra la saludan y algunos más pesados, hasta le chiflan y le gritan —según ellos en broma— agarrándose los ‘huevos’: “Mira ‘Alondra’... ¿no quieres tu lechita caliente antes de hacer la meme?” Enfadada, los ignora.
 
Se deja caer agotada en la vieja cama mientras empuja los zapatos desde la parte del talón y se checa la uña. Mira alrededor buscando Kola-Loka, pero al final decide cortarse la uña a mordidas. Sabe que lo que se le viene encima, duele más que una pinche uña rota. 
 
De un brinco se endereza y se acuerda que no ha hecho nada de comer. Son casi las 7:00 de la noche y no hay nada preparado. Corre a las ollas despostilladas y prietas de tanto que han sido usadas bajo el fuego de la estufa de petróleo. Unos rápidos bisteces a la mexicana y unos frijolitos que quedaron de ayer. Pica aquí, bate allá, suda, se seca la frente con el dorso del brazo, se sopla hacia arriba para refrescarse. Qué miedo... ya va a llegar y yo no tengo nada listo, se dice a sí misma.
 
Portazo y ahí está. Su ‘majestad’: ‘El Yonatan’. Pacheco y borracho. Le entra a la mota, al chemo, a lo que le den: también a las caguamas que circulan en las viejas azoteas del barrio.
 
‘Alondra’ en realidad se llama Miguel Ángel. Fue el menor de cinco hijos y su papá lo echó de la casa porque era maricón. Salió de Morelia a los 19 y llegó al DF lleno de miedos. Su mamá le dio la dirección de una prima que lo adoptaría un tiempo y como pago a su generosidad, Miguel Ángel hacía la limpieza, la comida y ayudaba en el puesto de quesadillas por las noches. Agotado, terminaba su día y se levantaba primero que todos a preparar café y hacer el desayuno. Se llevaba buenas chingas, pero tenía un techo y un catre.
 
Una vez, en una fiesta, como broma hizo un ‘choucito’ para los invitados e imitó a Paquita la del Barrio y a Amanda Miguel. Le salió tan bien, que una vecina la contrató para otra fiesta y otra y otra. Entonces se hizo famosa en la colonia, ya con pelucas, tacones y todas esas mariconerías que se ponen las vestidas. Todos y todas estaban de acuerdo que se veía muy bonita vestida de mujer. Le faltaba un nombre. ‘Alondra’, dijo ella. Cuando niña leyó la historia de Alondra en ‘Lagrimas y risas’ y se enamoró del nombre.
 
Con el uso de las hormonas, sus rasgos se fueron suavizando y su cuerpo cambió. Las chichitas hicieron su aparición y las caderas se fueron nsanchando, luego se le hizo el culo de mujer. Tuvo muchos galanes, se revolcó hasta con casados. Se dio cuenta, además, que por lo bonita hasta lana le ofrecían y halló un nuevo negocio. Comenzó a prostituirse.
 
Un día, la tía que le dio alojo la encontró en el baño cogiendo con su hijo de 17 años. La arrastró de los pelos por todo el patio de la vecindad con gritos que iban desde: ‘Puto asqueroso’ hasta ‘Te voy a matar’. Los vecinos ayudaron a ‘Alondra’ y como pudo se largó.
 
La historia de cómo llegó a Tepito es larga, así que no entraremos en detalles. Se enfrentó a un barrio bravo, intenso, vertiginoso, lleno de vida y de historias. Ahora ella ya era parte de una historia más de esas calles. 
 
Gracias a la putería consiguió un cuartito en una azotea y poco a poco fue haciendo amistades y clientes. Se dio a respetar cuando se gritó de banqueta a banqueta con otras putas. Se agarró a madrazos con mujeres, con hombres, con policías, con borrachos, mariguanos, rateros y todo tipo de criminales. Una cicatriz que le cruza el labio superior es el recordatorio de que la vida allá afuera no es fácil. 
 
Un día, conoció a ‘Yonatan’. Guapísimo, chacalote, machote y con unos tatuajes que la volvieron loca. ‘El Yonatan’ vende drogas en las calles. ‘Alondra’ siempre lo supo. Se cachondeaban con las miradas de esquina a esquina y un día lo metió en su cama. Nunca había sido más feliz. ‘El Yonatan’ tiene un troncote que la enajena y la hace ‘verle los calzones a la luna’.
A ‘Yonatan’ no le importa que no sea mujer de raya continua. Total, cogen chido y eso es lo que cuenta. Bueno, siempre que él no esté tan cruzado.
 
Cuando se cruza y se pone loco, la madrea y le saca lana. La arrincona y ella sólo se cubre con los brazos la cara. Si le jode la cara, se jodió todo. Como dicen la mayoría de las vestidas cuando hay conato de bronca: ‘En la cara nooooo, porque soy actriz’.
 
‘Alondra’ ha sufrido mucho con ‘El Yonatan’, pero lo quiere a la buena. Le tiene ley y parece que él también. Cuando los vagos de la calle la molestan, él saca la cara por ella y se ha madreado a más de dos. 
 
‘Yonatan’ le exigió que deje de putear. No le gusta que los demás se burlen de él. Macho, al fin y al cabo. Ella entonces le entró a la venta de discos y películas ‘pirata’, no le va tan mal, pero no deja como la golfez. Se las ve negras, porque ‘El Yonatan’ se gasta lo que gana vendiendo drogas, en alcohol para él. Ella saca la renta y los gastos de la casa. Además de tenerlo atendido con su ropa limpia y comida caliente todos los días, si no, la madrea.
 
Amorosa —y asustada— le ofrece los bisteces y de un manotazo se los tira al suelo el muy cabrón. ‘Me tienes hasta la madre con tus chingaderas’, le grita él. ‘Nomás vine porque te quiero decir que me voy de la casa, ya me conseguí una que sí tiene lo que a ti te falta puto de mierda’.
 
Agarra dos que tres prendas, su reloj y un par de zapatos y se dirige a la puerta. Ahí mismo, está ‘Alondra’ de rodillas. La empuja y se larga mentando madres. Lo que Miguel Ángel tal vez no recuerda es que en la novela de Yolanda Vargas Dulche, la protagonista (Alondra) se queda sola. 
 
Esa noche, los vecinos tuvieron que aguantar los gritos de dolor durante toda la noche y el disco que repetía y repetía la misma canción: ‘Rata inmunda .. aaanimal rastrero, escoria de la vida...’

 

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