LA BANQUETERA: Para echarte un churro

05/06/2015 03:00 Paola Ascencio Actualizada 14:39

 

Saciar el antojo de un churro es una tarea difícil de lograr. Y es que no es fácil encontrar un buen churro preparado en el punto exacto.

En la ciudad, los encuentras de todo tipo, crujientes, pero grasosos; suaves, pero crudos. 

Y  aquí, en Churros Llobregat, paladear cualquiera de sus largos troncos acaramelados puede saciar tu anhelo culinario. 

Con suaves, crujientes y nada grasosos cilindros repletos de algún sabor, los capitalinos se han deleitado con este antojo desde hace más de 35 años. 

La tradición empezó con una española receta familiar.

Cuenta don Ricardo Ruiz que a él se la enseñaron y la aprendió mucho antes de abrir el local, tras memorizarla y perfeccionarla en su vieja cocina de metal, su espíritu emprendedor decidió darle un hogar a sus dulces creaciones. 

Sin letreros ostentosos ni espacios extendidos, en medio de locales de comida singulares, nació este negocio de churros y desde que inició se ha ganado —con un grato y empalagoso sabor—, no sólo el estómago, sino el corazón de sus comensales. 

Los clientes los recuerdan con cariño, además de ser recibidos por montañas de churros recién preparados, que aguardan calientitos frente a la freidora, el cálido ardor del ambiente y su dulzón olor a hogaza, lo que hace del lugar un sitio acogedor y cómodo para disfrutar. 

El amor de familia se siente en los cinco cocineros que atienden a los clientes, sus manos no dejan de trabajar y dedicarse a cocinar, con singularidad, las especialidades “Llobregat”. 

Del lado izquierdo, los suculentos y voluminosos tamales no dejan de cocerse, mientras la exhalación que emana de las anchas ollas de aluminio y el olor de sus respectivos sabores, adornan el diminuto lugar. 

A su lado, los montones de churros enfriándose, listos para ser bañados en un placentero mar de chocolate hirviendo. Arropándolos y envolviéndolos en una bondadosa y sedosa cobertura brillante, que cruje y se deshace al momento de morderla. Develando el blando y delicado buñuelo y conquistando la lengua, el estómago y lo más profundo del corazón. 

Al centro, los bañados en lechera y cajeta son para los que buscan el más empalagoso sazón de tradición. Empapados en una melosa envoltura —que se extiende a lo largo de 15 centímetros del rollo de sabor—, su preparación no fastidia, ni hostiga y te deja una rica sensación.

Los clásicos no se quedan atrás, luego de salir de una rectangular freidora, los cinco metros de masa doradita en espiral, se cortan y se escarchan con cuadritos de azúcar que brillan bajo la incandescencia de la luz del cálido local. El resultado es impecable, un esponjoso y deleitoso cilindro calientito. 

Además, puedes pedir cualquiera de sus espumosos atoles de fresa, vainilla, coco, cajeta o chocolate, que te dejarán, sin dudar, con ganas de comprar un litro de cada uno para llevar. 

 

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