'Piensa en Anna al tomarme', por Lulú Petite

05/01/2016 09:10 Lulú Petite Actualizada 19:14
 

Querido diario: Comencé el año atendiendo a un cliente nuevo que resultó que trabaja en el gobierno. Pongamos que se llama Rey. No revelaré aquí ni su cargo, su partido o cualquier otro detalle, obvio, ni siquiera te diré si es de aquí o de otro estado de la República. El caso es que trabaja en el gobierno y te voy a contar su historia porque, de algún modo, formo parte de ella.

Lleva varias décadas atornillado en la base del sistema, de un cargo a otro. Le calculo entre 55 y 60 años, aunque conservado a su manera.

Es una buena persona, atento, noble, caballeroso. Su conversación es interesante. Bromeé con él sobre la política, le reclamé lo que muchos pensamos sobre cómo van las cosas. Lo mío era en chiste, pero igual se lo dije. Él sonrió y meneó la cabeza en aprobación. No sería la primera vez, en su kilométrica trayectoria, que escuchaba algo por el estilo.

Me planté frente a él. Estaba en el borde de la cama con los codos apoyados en las rodillas, sosteniendo el peso de su cabeza. Metí una rodilla entre las suyas. Levantó la cara y vi sus ojos nerviosos. Parecía más viejo de lo que realmente era. Algo le pesaba. Los hombres que me llaman lo hacen para desahogarse de varias formas.

Me miraba más con ternura que deseo. Agarré sus manos y las coloqué en mi cadera. Presionó su cara contra mi ombligo y aspiró plácida y lentamente. Comenzó a acariciar mis piernas, mis nalgas, mi cintura, mis pechos. Me vio a la cara y comenzó a sonreír. Puse mis palmas en sus hombros y dejé que me quitara el vestido.

Lo empujé suavemente para que se acostara boca arriba. Se tendió exhalando con alivio y dejó que le quitara los zapatos y los calcetines. Luego me deshice de su pantalón y del resto. Estaba listo, aunque en materia eréctil no tan entusiasta… por ahora.

Me coloqué encima de él dándole la espalda y restregué mi entrepierna con la suya, frotándolo, poco a poco. Fue poniéndose más duro y calientito apabullando la tela de mi ropa interior. Respiraba con ansias. Yo tampoco podía esperar más. Me desnudé por completo, levanté el cuerpo y lo ayudé a colocarse el forrito, lo agarré con ambas manos y sumo cuidado para no torcérselo.

Hice descender mi cadera y me clavé su espada entera. Estaba extasiado. Me apretaba las nalgas y proyectaba su miembro hacia mi centro de gravedad. Mi humedad chorreaba por su palo y se escurría hasta su ingle y piernas. Cuando estaba a puntito, a un mero toque del bombazo, me dijo que me diera la vuelta.

—¿Qué? —dije.

—Te lo suplico.

Date la vuelta —dijo con desespero y gimiendo. —Quisiera verte bien la cara.

Cumplí su deseo y fue la hecatombe. Apenas me mecí un tantito, retomando el ritmo, apartó el cabello de mi cara y fijó sus ojos en mis ojos. Me penetraba con la mirada y se descorchó sin pestañear, mordiéndose la boca. Se quedó empujando y vibrando, con la cara roja y gruñendo. Luego prácticamente desfalleció con los brazos extendidos, aliviado e impávido, despojado del peso que lo aquejaba.

Fui al baño para lavarme y cuando volví a la habitación lo encontré de costado, viendo la nada.

Entonces me contó de Anna. Según él, se parecía mucho a mí y por eso había decidido llamarme. Me explicó que tras su divorcio no había sentido nada especial por nadie, hasta que conoció a Anna, una estudiante de Leyes que hace un año empezó a trabajar como su asistente y poco a poco se le fue metiendo en la cabeza. Ni se imaginaba que esa chica de 22 años, con acento de Monterrey, lo flecharía así. Me mostró una foto de ella y, ciertamente, el parecido conmigo es muchísimo. Podríamos pasar por hermanas.

—Nomás la veo se me mueve el piso —me contó.

Evidentemente, necesitaba hablar. Lo dicho: en mi cama se despejan el cuerpo y la mente. Tenía un consejo a la mano, pero debía preguntarle primero:

—¿Y ella siente lo mismo?

—Nos llevamos muy bien, pero más que comer, charlar y reír de cualquier cosa, no creo que quiera otra cosa —contestó.

—¿Le has dicho lo que sientes? —le pregunté

—No me atrevo.

—Tienes todo que ganar.

—Prefiero tener un no sin riesgos, con esas salidas a comer y conversaciones, que arriesgarme a que todo acabe.

—Pareces chiquillo, el que no arriesga no gana. Vas, dile.

Al parecer él prefiere quedarse con la duda. Muchas mujeres jóvenes se sienten atraídas por hombres maduros, figuras de autoridad. La admiración es el primer paso hacia el amor. Quien vive en la política debe saberlo, pedir un voto es enamorar un poco, si sabe seducirla, quizá pueda conseguir de ella lo que busca.

Alzó los hombros. Sabía que estaba en lo cierto. Las cosas eran así: Tal vez hoy Anna lo ve como su jefe y amigo. Tal vez por ahora, no pueda más que imaginarla en la cama, suponer que sus besos son como los míos, que sus caricias son iguales y no hacer nada. Llamarme de vez en cuando para burlar un ratito los hechos y pensar que cumple su fantasía. O puede, claro, intentar enamorar a quien él quiere de verdad.

Por lo pronto, ya estaba conmigo, supuestamente un clon de su querida Anna, y todavía tenía casi media hora para aprovecharla.

Un beso

Lulú Petite

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