Con juegos construyen paz en Tepito

04/05/2015 03:00 Elizabeth Palacios Actualizada 23:02
 

Cuando tenía apenas 16 años sus estudios fueron interrumpidos por un hecho que marcó la historia de muchas personas que hoy viven sus tempranos treintas. 

La huelga de la UNAM, en 1999, llevó a Alfonso Hernández Gómez a construir su conciencia social y definir su orientación vocacional. Años más tarde, al terminar la preparatoria, comenzó a estudiar filosofía y ahí, en el aula, escuchó por primera vez de las enseñanzas de Gandhi en torno a la construcción de paz y los caminos de la no violencia.

Faltaban unos días para el Día del Niño, pero en la calle de Mineros, en la colonia Morelos, los niños ya esperaban a Poncho, como lo llaman afectuosamente, y a su equipo de voluntarios. Sabían que algo divertido habría y por ello fueron llegando cada vez más niños y niñas.  

Juegan a la pelota, hacen carreras, dibujan, bailan y  aprenden a construir una cultura de paz en la que ellos mismos son actores activos y esas nuevas generaciones están aplicando el programa constructivo ideado por Mahatma Gandhi, famoso filósofo e ideólogo de la paz.

La Escuela de Paz Tepito surgió hace ya tres años, después de que Poncho volvió de estudiar un año en India donde profundizó sus conocimientos en torno a la cultura de la no violencia. Antes de ese viaje ya había estado en Tepito como voluntario en un proyecto de educación para la paz en escuelas públicas.

Al pisar de nuevo suelo mexicano, tenía claro que lo que había aprendido en su viaje debía ser transmitido a las generaciones más jóvenes. ¿Y qué mejor lugar para empezar que el barrio más bravo de la Ciudad de México?

Son 34 manzanas las que conforman este barrio en el que 60% de sus habitantes se han dedicado por generaciones al comercio informal. Entre los muros de las viejas vecindades, la violencia se ha fusionado con el tejido social, donde la deserción escolar, el trabajo infantil y la explotación sexual son habituales.

Poncho comenzó a trabajar; mientras recorrían el barrio veían a los niños jugando en los patios de sus vecindades o en alguna bolita de la esquina.  Poco a poco se fueron ganando la confianza de los pequeños y con ello, la de los adultos. 

Así, con el baile, la pintura, el teatro o la fotografía, Poncho y su equipo construyen cultura de paz en generaciones de niños y niñas cuyo entorno familiar y social ha estado marcado por la violencia.

No cuentan con recursos fijos, aunque han recibido apoyos en distintas etapas. Apenas cuentan con una beca del Instituto de la Juventud (Injuve) que les ayuda a cubrir algunos gastos de operación y, con ello, poner un poco menos de su bolsillo. 

Pero la esperanza no es algo que pueda dejarse morir, al contrario, la esperanza también se construye y es a la vez el material con el que se formarán los cimientos de la paz, que se construye en paralelo, cada día.

Aunque las actividades y talleres de la Escuela de Paz no entregan un título oficial, Poncho recuerda el caso de Eder y se dice convencido de que lo que los niños y niñas aprenden en esas tardes de juego en el presente sí puede impactar su futuro. Cuando Eder se acercó a la Escuela de Paz tenía casi 12 años y puso en sus manos lo que ha sido su mejor arma: una cámara fotográfica y le hace pensar que es en el periodismo donde hallará su camino y no en la delincuencia.

 

Así lo dijo

“Atender la violencia directamente cuando está tan arraigada es muy difícil, por ello es importante trabajar en la prevención”.

Alfonso Hernández, 

líder de Escuela de Paz. 

 

Saber más

Si quieres tener más información de este proyecto, contáctalos en Facebook: 

Escuela 

de Paz.

 

 

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