Trabajo “hormiga” para nacer en paz

01/07/2014 03:00 Elizabeth Palacios Actualizada 03:00
 

Mujeres en cuclillas, sentadas, en el agua, en su casa, en una habitación y hasta una cantante de ópera que vocalizaba con cada contracción, son algunos de los recuerdos que vienen a la mente de Glenda, mientras me contagia su pasión y me relata cómo es que dejó su carrera como actriz para convertirse en terapeuta prenatal y dula, es decir, acompañante terapéutica en el proceso de un parto humanizado.

Glenda Furszyfer es una mujer fuerte, alta, con un cuerpo que delata el trabajo de años de yoga y bienestar, pero sobre todo, con un rostro amable y una sonrisa que revela paz interior. Nacida en Argentina, madre de dos hijas mexicanas, Glenda está convencida de que hace 12 años nació en ella una justiciera, incluso mucho antes de tener siquiera claro cuándo se convertiría en madre.

A su edificio llegó a vivir una compatriota, embarazada de seis meses. Glenda estaba recién casada y de inmediato se volvieron amigas íntimas. Le tocó acompañar muy de cerca el último trimestre del embarazo de su amiga y apoyarla, desde un poco antes se había preparado para dar algunas clases de yoga a mujeres embarazadas, nada formal, unas cuantas amigas en la sala de su casa.

Pero fue el ser espectadora de cómo un embarazo que parecía ir en el camino perfecto, se convirtió en una cesárea innecesaria y en un proceso doloroso que impidió a su amiga amamantar a su recién nacido, al mismo tiempo que la miró envuelta en una gran depresión postparto, lo que motivó a Glenda a estudiar mucho más a fondo lo que ahora ocupa sus días de tiempo completo: el parto humanizado.

CONTRA LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA

Hace siete años que Glenda se asoció con otras dos mujeres que también estaban en la misma sintonía y fundaron Parto Libre, A. C., una organización civil cuya misión es difundir y dar a conocer los derechos de la mujer en el parto, así como trabajar en el diseño y promoción de políticas públicas para erradicar la violencia obstétrica en México.

Al principio, Glenda sintió una inmensa curiosidad que la llevó a preguntar a casi cada mujer que se le cruzaba enfrente cómo había tenido a sus hijos. Conoció historias terribles, muchas cesáreas innecesarias pero, sobre todo, muchos casos en los que las mujeres ni siquiera podían explicar el por qué sus hijos habían nacido como producto de una cirugía mayor, y no de un parto natural.

Hoy sabe que su lucha es una labor “hormiga”, que es ir contra corriente para deconstruir un sistema basado en la inmediatez, en la practicidad, en los intereses económicos y en la impaciencia, un sistema que ha desconectado a las mismas mujeres de sus instintos básicos y les ha provisto un miedo irracional, basado en un mensaje institucional implícito que desvaloriza y resta fuerza y confianza.

Cuando Glenda aborda el tema, sus ojos brillan y sus manos hablan. Sus movimientos indican fuerza, coraje, indignación. Me cuenta que actualmente 50% de las cesáreas practicadas en el sector público podrían haber sido evitadas. En el sector privado, la cifra es mucho más elevada. 90% de los casos son médicamente innecesarios.

Hoy Glenda tiene dos hijas, ambas nacieron en partos naturales. La primera experiencia, en un hospital y muy a pesar de Glenda, el médico decidió estimular la dilatación usando oxitocina. En el segundo nacimiento, ella no permitió que nadie tomara decisión alguna en torno a su parto, sólo ella. Así, su segunda hija nació en la intimidad del cuarto de baño de visitas, en su casa.

NATURAL DE TODO A TODO

Con el agua caliente de la regadera cayendo con fuerza en su espalda, tras un largo trabajo de meditación que la hizo soltar el proceso desde adentro, Glenda parió de pie, apenas con las rodillas un poco flexionadas y apoyando las manos sobre el excusado. Su esposo recibió a la niña. La partera la revisó, certificó que la bebé se encontraba en perfectas condiciones y los dejó solos. En un ambiente de penumbra y vapor, íntimo, Glenda y su esposo se sentaron en el piso de la regadera, empapados, a limpiar a su pequeña. La miraron, la acariciaron, le hablaron, la hicieron sentir bienvenida al mundo.

Glenda está convencida de que la decisión más importante que cada mujer debe tomar por su hijo, es qué nacimiento le va a dar porque eso va a determinar su vida, su autoestima y su seguridad. Coincide con Michel Odent, uno de los precursores del parto humanizado, y ella también cree que para cambiar la manera de vivir, necesitamos cambiar la manera de nacer.

 

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