En una época en la que los luchadores y la lucha libre en general están expuestos al imparable crecimiento de las redes sociales y canales de internet, la tradición del deporte de los costalazos ha perdido fuerza, los héroes inalcanzables se volvieron seres vulnerables, de carne y hueso y sujetos al juicio de un sector cada vez más cercano y exigente.

La inmediatez se devoró al misterio que se esconde tras una máscara y la lucha libre sucumbió en el proceso, perdiendo credibilidad, tumbando a los mitos, desapareciendo a las leyendas.

Tal vez por eso, funciones como la que el pasado viernes se realizó en la Arena México tienen éxito. Reunir a un grupo de luchadores de la vieja escuela, cansados por el tiempo y arrugados por el trajín, pero dispuestos a volver a un sitio en el que la mayoría demostró años atrás su calidad sobre el enlonado. 

No es un concepto que debiera tener muchos años más de vigencia, estoy convencido de que cada nueva edición le resta importancia y respeto a los invitados. Ellos merecen ser reconocidos pero no el ring, la mayoría dejó hace muchos años de tener la fuerza para desarrollar su trabajo profesional.

No todos son leyendas, aunque el concepto los aglutine de esa forma. Y en honor a la verdad, tampoco hay muchos luchadores que tengan actualmente la trayectoria y el futuro para adquirir un grado de ese tamaño.

Ahí es donde un proyecto como el del lanzamiento de una historieta le devuelve a los luchadores ese halo de seres distintos, poderosos, a quienes solo se les puede llegar por medio de una imagen impresa, con historias que deambulan entre la ficción y la realidad, mitos que le regresan al pancracio el color perdido en los años recientes. 

Un problema es que sus propios creadores parecen no estar convencidos de ello, ya que tras el lanzamiento del primer número, no existe certeza de la aparición de un segundo, ojalá que se logre, no es una batalla sencilla de librar pero el primer paso está dado.

¡Buenas luchas!