Sus senos como joyas

Sexo 15/03/2019 05:18 Actualizada 19:35
 

Rosa tiene hermosos ojos verdes, de los que nace una especial admiración hacia sus pechos firmes y turgentes. “Es lo que más me gusta de mi cuerpo”, dice orgullosa. Sin embargo, son sus areolas las que adora como joyas.

Al desvestirse, se ve en el espejo y contempla sus pezones canela, que al mimo de sus dedos, se yerguen como si escucharan sus piropos. Son como  dos medallones que también embellecen al toque de Emmanuel.

De la unión de estos amantes, surge una alquimia que ha encontrado en esas dos turmalinas el filosofal elemento. En el encuentro, sus senos palpitan al roce del tórax viril como si en cada uno de ellos habitara un corazón.

A Emmanuel le fascina lamer esas puntas marrones y a ella, lo lustrosas que lucen con el cálido barniz. “¿A qué saben?”, susurra, “a miel”, responde.

Durante el ritual, Rosa acaricia, aprieta y pellizca sus pechos mientras su ávido amante devora su sexo y la observa, a la vez que él consiente su falo que está más que presto.

Poco a poco, Emmanuel asciende reptil por su cuerpo y confronta a la mujer de mirada cetrina. La besa y le muerde los labios pausado y sensual. Pero como todo guiso al ardor de las brasas, va in crescendo el frenesí de ambos seres.

Emmanuel embona en Rosa. Rosa se empalma en Emmanuel. Y los dos se revuelcan uno en el otro friccionando las pieles, amasando sus valles y el trozo candente se va incrustando en la oquedad. Por sí solo, nadie le ordena.

Las anatomías se deslizan en un delicioso vaivén por las lubricaciones que de tanto roce, parecen fluorescentes. Ella lo atrapa con sus piernas y le implora que le atraviese hasta el alma.

Él se deja apresar y cree que es posible estar aún más cerca de Rosa aunque los dos ya son uno solo. Los frotamientos de bocas y pieles son tales, que entre relieves y líquidos, las gemas adquieren un pulido artesanal.

Y así arriban los orgasmos mientras resuellan sus nombres y se vierten esencias en el centro de sus cuerpos. Descansan, se besan, y los dedos de Rosa no pueden estar quietos.

Deleita con ellos la sutil rugosidad de sus areolas y viaja en espiral hasta rodear todo el monte derecho. Emmanuel la observa y sonríe. “Me gustan mucho”, le dice ella sin dejar de trazarse infinitos.

Él la emula, pero en su teta izquierda. Entonces, se encuentran las miradas, que de curiosas, se vuelven adustas para ir tornándose incendiarias y empezar una nueva contienda.

Emmanuel no lo duda y hunde su lengua en el canal de sus pechos, lame los bordes y después se estaciona en las puntas para chupar y mordisquear extremadamente excitado por la adoración que Rosa ejerce en esa fracción de sí misma.

Ella admira la veneración lujuriosa y jadea gozosa por lo que ve y lo que siente.

Abrazándola, él se afianza a sus nalgas y su miembro renace al roce de los muslos de su diosa amante.

Y en una súbita contorsión, Rosa ya está encima de él y cabalga, dejando flotar libres e impetuosas sus joyas preciosas. Emmanuel las mira gravitar y las atrapa, al tiempo que con sus caderas la impulsa propiciando el choque de los sexos.

Nuevos orgasmos estallan en los dos amantes y el reposo llega otra vez. Agitada, Rosa va al cuarto de baño y de frente al espejo, se observa tan resplandeciente y plena como sus dos alhajas color canela.

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