Madura y sabrosa

Sexo 15/02/2019 05:18 Anahita Actualizada 19:34
 

Joaquín no puede evitarlo. Cada que la ve pasar frente al taller mecánico donde trabaja, siente una punzada entre las piernas. Es que Carmen, a sus 53 años, se ve más antojable que nunca.

El chaval la recuerda cuando él tenía 11 y ya le parecía atractiva. Hoy, a los 19, le pregunta a su madre que si esa morena curvilínea tiene novio.

“Desde que se divorció, creo que se la pasa mejor que cuando íbamos en la prepa”. Eso a él le causa de alguna manera enojo. Quizá celos.

En su obsesión, por las noches, le gusta imaginarla. En la cama sueña despierto que ella entra a su cuarto y empieza a desvestirse. Luego, que lo descubre de entre las mantas.

Recrea con sus propias manos que son las de Carmen y poco a poco se baja el pantalón de la pijama. Después, se deshace de la playera e imagina que con frenesí ella suaviza su bulto encima de la trusa.

Es tan vívido todo, que su propia palma en capuchón parece ser la de esa diva que huele a rosas y usa tacones de plataforma. Mientras cree olfatear el aroma en el aire, sube y baja su mano despacio, complaciente.

A la vez, se acaricia el torso y da pequeños pellizcos en los pezones imitando lo que él desea que fueran los dientes de su amada; su boca.

Entonces, se interna en su ropa interior y juguetea en su vellosidad, creando suspenso antes de llegar a ese altivo pedazo de carne que va tomando densidad. Se chupa los labios, los mordisquea, y mientras enreda sus dedos en la alfombra genital, piensa que Carmen es de esas mujeres que les gusta morder y arañar.

Y así llega al trozo que está en su erección máxima nomás de imaginar que su musa le podría rasguñar la espalda.  Baja su trusa y boca arriba, comienza el chaqueteo al ritmo del sube y baja de sus redondeadas caderas.

“Carmen”, susurra, “quiero cogerte”, jadea mientras sus nalgas chocan contra el colchón, entrecierra los ojos y vuelve a chuparse el labio inferior.

Sus piernas se tensan soportando el ascenso y descenso de su centro al tiempo que empuña su miembro, untando de saliva la palma de vez en vez.

Los chasquidos toman velocidad y su mente proyecta los glúteos de Carmen con sus jeans entallados, que de tanta turgencia, parecen reventar.

Pero la trae de vuelta a su cama y sueña que adentra su falo en su boca. Él pasa el pulgar por su glande y la punta supura. Joaquín se convulsiona.  Decidido, se incorpora y toma un cojín, lo dobla y se hinca frente a él. Cierra los ojos y lo que ahora sujeta es el trasero de su deliciosa madura de fuego que está dispuesta a ser penetrada sin mesura.

Mete su pene en la hendidura e inicia el entra y saca a la vez que mira al cielo y la tela roza la carne que está a poco de estallar.

Es como si la escuchara suplicar. Como si ella le pidiera más y más mientras sus nalgas colisionan contra sus lozanos genitales.

Y al inventar la escena perfecta y apretar la almohada en la que arremete con furia, sus muslos vibran en franco aviso de lo que vendrá.

Trémulo, saca su miembro, le da un par de jalones finales y la leche sale en un disparo impetuoso, salpicando las sábanas. E imagina que es el culo de Carmen lo que invade su emulsión.

Así, Joaquín cae rendido, satisfecho por esta ocasión y esperanzado de que algún día Carmen lo verá como un hombre.

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