El placer a sus pies

Sexo 07/12/2018 05:18 Anahita Actualizada 05:19
 

Mientras se bañaba, Raúl cambió su rutina de higiene involuntariamente. Con las dos palmas bien abiertas y la ayuda de la espesa jabonadura, comenzó a consentir su miembro de forma particular.

Sus manos subían y bajaban, al tiempo que musitaba: “Eliza, Eliza”, con el chorro de agua cubriendo su cara, hasta reventar en orgasmo. Y exhaló llenando su boca del líquido vital.

Por ahora, sólo así podía emular los pies de esa mujer, que ya no contestaba sus llamadas. Un par de noches y no volvió a saber de ella. “Cómo movía esas plantas…”, les platicaba a sus más íntimos.

A Raúl no le bastaba un par de pies hermosos con uñas pintadas de esmalte muy rojo; él buscó por mucho tiempo a la mujer que provocara su pene de manera magistral y lo encontró en Eliza.

Hay fetiches que no es tan fácil que complazcan así como así; no es suficiente sólo contemplar ese objeto del deseo y con eso quedar satisfecho. Raúl debe sentirlo en su trozo viril y que lo haga delirar.

La última vez que se vieron, Eliza llevó a la cita una deliciosa espuma de menta para completar el rito y, con ella, untó el tronco que se irguió desde que sonó el timbre de la puerta.

Despacio, vistió de espuma el falo y, después, fue desvistiéndose frente a él sobre la cama. Al final, las medias de red. Una a una fue descubriendo sus  piernas y los pies se liberaron mostrado toda esa sexualidad que a Raúl lo ponía a mil.

Se recostó y posicionó sus extremidades cual bailarina de ballet; sujetó el miembro con las plantas y con firmeza, comenzó el chaqueteo arriba, abajo, mientras ella se masturbaba con los dedos. El magreo podal con la espuma mentolada lo elevaba a cúspides paradisiacas.

Sin embargo, sus muslos tensos por la acción y su garganta igual por el placer que se daba a sí misma, brindaban la escena ideal para que a él la excitación le reventará la cabeza. Y frente a sus ojos incendiarios, la carne abierta de Eliza.

Carne viva que lo invitaba a entrar. Entonces, con las sábanas, Raúl limpió su falo, colocó un condón y se abalanzó sobre ella para comerle el coño supurante de lujuria, mientras los pies de Eliza dejaban rastros de menta en su espalda.

Su lengua se hundía febril como ansiando darle placer en lo más profundo de su entraña y la mujer, de voz aguda, le quería arrancar el pelo por tanto gozo.

Raúl lamía su clítoris y, poco a poco, fue alejando su boca, para luego empatar su centro con el de ella y penetrarla. 

Su miembro era roca ardiente que parecía que iba a derretir el látex. Sentados y entrelazados, los dos se abrazaron e iniciaron el vaivén genital, restregando sus pieles y arañando la lascivia.

Raúl se afianzó de los pies de Eliza, amasó afanoso y reventó deslechándose y emitiendo un gemido vibrante que retumbó en las paredes. Ella reía triunfante.

Los días y las noches sin respuesta fueron de ansiedad. Obcecado, insistía al teléfono con mensajes y llamadas. Volvió al bar donde la conoció, pero ella nunca más asistió.

Mientras tanto, en cada ducha, hay una burda imitación de lo que fue el consentimiento más poderoso que haya vivido este fetichista de pies con ninguna otra mujer, hasta que pueda volver a encontrarla.

Google News - Elgrafico

Comentarios