Con vino ardiente

Sexo 26/10/2018 05:18 Anahita Actualizada 05:25
 

Mientras ultimaba la copa de vino hasta el fondo, un breve goteo ensució la blusa. La mancha violeta alcanzó un seno y diseñó en la tela algo parecido a un beso muy cerca de su pezón izquierdo. El del corazón.

Amalia no estaba borracha, “pero sí contentita”, aunque se quedó con las ganas de más licor. “Pues ya no hay… Mejor ya me voy, Amalia, porque mañana trabajamos”, le dijo Uriel, mientras se levantaba del sofá.

Ella lo detuvo: “Espérate otro rato, igual hallo un chorrito de otra cosa por ahí…”. Uriel volvió a sentarse y movió la cabeza sonriendo.

“Encontré este poquito de tequila”, lo retó pícara. Acercándose a él, la mancha de vino que besaba su pecho fue más notoria ante los ojos de Uriel, quien por ello se dio cuenta de que no traía brasier.

Uriel nunca la había visto tan cachonda. En la oficina, es muy callada y nada provocadora. Pero esa noche, celebrando su ascenso, los dos mejores amigos estuvieron más cercanos que cuando van a un bar o rodeados de más gente.

Él tragó saliva al mirar su delantera. “Fue plan con maña”, pensó al referirse a la falta de ropa interior. Amalia notó que le veía el frente: “¿Qué? ¿La mancha?

Parece un beso, ¿verdad?”, le preguntó al tiempo que pasaba su mano por el pezón.

Éste se irguió empujando la tela; “mira”, le dijo tomando su mano y la puso en la punta marrón. Uriel volvió a salivar y no pudo evitar que su pene hiciera lo mismo que el botón de su seno.

Con cadencia, comenzó a mover la palma de Uriel encima del pecho y lo guiaba a masajearlo; por instinto, su pulgar se concentró en el pezón contorneando la mancha violeta.

Él se puso de pie y ahora eran sus dos manos las que cubrían el par de tetas incitadoras. Amasó sabrosamente y Amalia cerró los ojos deleitando el consentimiento.

La ahora jefa de finanzas posó su palma en la dureza de su amigo e imitó los movimientos que acontecían en sus pechos. 

“Fue el vino que me puso así”, ella dijo en un suspiro sin dejar de repasar su trozo sobre el pantalón.

Uriel, en el punto más alto de su excitación, se descontroló y le abrió la blusa reventando los botones y fue directo a sus lolas para chuparlas y lamerlas.

Amalia jadeó con una sonrisa endemoniada. Levantó la falda que le ceñía bien al cuerpo y volvió a poseer la mano de Uriel para que entrara entre sus piernas. Los dedos hallaron su rajita y ella meneó sus caderas para incitarse más con los dedos viriles bien adentro.

Uriel sintió aquella danza deliciosamente soez y no esperó más para bajar el cierre y sacar su falo que ansiaba penetrarla por donde ella permitiera. Amalia cayó de rodillas y le permitió que lo metiera en su boca.

Temblaban sus piernas mientras Amalia engullía la carne con maestría, y a poco de que Uriel reventara, bajó hacia ella y la tumbó en la alfombra para atravesarla, arrastrándola por el tapete de tanto empellón.

La falda arriscada, la blusa reventada y la mancha insolente formaban la imagen de una Amalia tan salvaje, que Uriel no quería detenerse en la empecinada penetración. ¿Ella? Fascinada y confesa: “Desde hace cuánto ya quería que me cogieras…”.

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