MÉXICO 68

Ricardo Delgado, campeón olímpico sin perder un asalto

No perdió un sólo round durante los juegos de México 1968 en la Arena México

Foto: Archivo El Gráfico

Deportes 10/10/2018 14:23 Gabriel Cruz Actualizada 14:25
 

“Dile que me hable en media hora, estoy con mi jefa", fue la respuesta de Ricardo Delgado a quien le pedía tomar el teléfono, alguien quería felicitar al medallista de oro que se abrió paso con los puños hasta el podio de la Arena México, si sus rivales aguantaron candela, que el presidente lo esperara también.

Tal vez por eso, la casa que pidió en Lindavista como premio no llegó, fue en otro rumbo y tuvo que aguantar. Cincuenta años después se vale confesar esa travesura juvenil, aunque se valía, porque no era de cualquiera, sino de un medallista olímpico que cubrió toda la ruta sin rasguños hasta colgarse el metal áureo, como el mejor peso mosca en los Juegos Olímpicos de México 1968.

Fue la medalla “más limpia”, así la recuerda sonriente Delgado, quien se deja querer, le piden una foto y responde “hasta dos”.

Conserva el acento típico del boxeador surgido del barrio y orgulloso recuerda que nadie le hizo sombra en las batallas rumbo al preciado oro olímpico.

Tenía 21 años, desde entonces le dicen “El Picoso” y lo era. Se quería comer el mundo y un bocado de ese tamaño se lo aventó sin darle tregua a sus rivales. “No hay duda, lo mejor durante toda mi carrera, fue el ganar la medalla de oro y dársela a mí país. Fue como volar cuando me la colgaron, son de esos detalles que cambiaron mi vida por completo”.

El polaco Artur Olech lo había vencido en la gira previa a los Juegos, “así que pensé que venía la mía y se la cobré 5-0, fue un milagro para México. Hay cinco jueces que califican la pelea, en todas me vieron ganar todos los rounds; les gané a todos mis rivales por fallo unánime. Por eso digo que fue la medalla más limpia en el boxeo, no perdí ni un round”.

Llegaron las noches de baile en el California Dancing Club, pero las sorteó igual que los volados que le lanzaban en los tiros del barrio y más tarde en el ring, así que el profesionalismo lo esperaba, “quería ser campeón del mundo”.

Con el “Negro” Pérez, manager de Vicente Saldívar, en su esquina, parecía que la fama y la fortuna lo acariciarían muy pronto. Así que dejó en el camino al coreano Woori Moo Huk como carta de presentación, después, le ganó a Lorenzo Halimi la eliminatoria en El Forum de Los Ángeles para disputarle el título mosca al campeón mundial, pelea que nunca llegó; sí, su decisión de colgar los guantes.

Decepcionado se mudó a vivir a Mérida. Hoy reside en Cancún y entrena chavos que quieren ser campeones. Aquella casa que le dio el presidente la vendió, igual que las placas de taxi que recibió por ser medallista. “Guardo mi medalla porque es mi tesoro y recuerdo".

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