Agasaja a tus muertos

OPINIÓN 30/10/2015 05:00 Actualizada 05:00
Cruzar el umbral de este lugar te transporta a un México antiguo. A ese ornamentado por arquitectura francesa impecable, pisos de mosaico y marcos de madera tallados a mano.
Aquí, es inevitable sentirse encantado por el techo de color dorado y el olor a almendras combinado con dulces de leche. Un perfume mexicano de 141 años que sólo en “Dulcería de Celaya” se puede encontrar. 
El local resplandece en el corazón de la ciudad.
Nació en 1874 sobre la calle ‘Plateros’, ahora Madero, y fue la familia Guízar quien reunió —en el Centro del DF— los dulces artesanales que se vendían en la República Mexicana. 
Comenzaron comprando los dulces, pero su sed de aprendizaje los llevó a comprar las recetas. Así, mientras Porfirio Díaz ocupaba la presidencia, los Guízar acondicionaron el sótano de su casa para fabricar sus golosinas de tipo tradicional. Ahí los elaboraron hasta 1900.
Y es que ese año, cuando se inauguró la calle Cinco de Mayo, “Dulcería Celaya” abrió su primer local. 
Hoy, lo atiende Jorge, testigo involuntario de los años transitados sobre la dulcería, donde mantienen la misma receta con la que se preparaban en aquella época. Frutas naturales enteras o en montañas pulverizadas, semillas secándose a la luz del sol, palas de madera y cazos de cobre repletos de porciones azucaradas que hierven sobre un fogón, abundan en su fábrica artesanal. Ahí, en una bodega de clima bochornoso y vapores acaramelados, se cocinan más de 100 dulces mexicanos.
De sus ollas nacen los de leche quemada, que con un sabor parecido a la cajeta, se desbaratan en la boca en forma de pasta melosa. Cocadas doradas que se compactan en un recipiente rectangular, se cubren en azúcar y se calientan hasta burbujear un caramelo marrón que consiente el paladar de forma menos edulcorada.
Turrones, cerditos de piloncillo y dulces de naranja, fresa y guayaba, en forma de manzanas, también surgen de su afable cocina de estufas viejas. Los buñuelos también se preparan de forma manual. Por eso se remojan en un caldo espeso y pegajoso de miel de piloncillo y se dejan secar hasta quedar crujientes y listos para empaquetar. Pero en su cocina, también se elabora un dulce particular.
Con forma de calabaza, calaca, pan de muerto y hasta simulando tumbas con flores, están sus dulces de almendra. Son redondos, pequeños, casi diminutos, pero de gran sabor.
Además, también puedes deleitarte con sus polvorones en forma de pan de muerto. Una galleta gruesa, con un acanelado y clásico sazón hogareño.
Comentarios