Enterrados vivos

OPINIÓN 30/09/2015 05:00 Actualizada 05:00

A inicios de septiembre, entre los días 5 y 6 de septiembre, un acto de despojo "legal" terminó en una tragedia de animales. Las autoridades federales enterraron vivos, con maquinaria, alrededor de 75 perritos que habían sido previamente rescatados por una familia, en el área de Texcoco, Estado de México.

Resulta que entre los predios que el gobierno federal compró o expropió a particulares, con el fin de construir una carretera nueva para el nuevo aeropuerto en Texcoco, Estado de México, estaba el de una familia que se negó a vender. Su caso seguía en tribunales, y se esperaba un amparo, pero las autoridades decidieron no esperar y, con todo lujo de violencia (e ilegalidad), un día simplemente les echaron la maquinaria y derrumbaron su casa.

No sólo destruyeron y enterraron las pertenencias de la familia, sino que también derrumbaron un albergue que las personas habían hecho para perros callejeros. Así, unos 75 perros fueron sepultados entre los escombros. Las autoridades se percataron de los que habían hecho, y algunos bomberos y granaderos se dieron a la tarea de rescatar algunos animales, unos 40 perros fueron así recuperados vivos. Pero unos 30 animales perecieron.

La familia sigue necesitando ayuda no sólo porque perdió todo su patrimonio, sino porque sigue cuidando de los perritos que lograron rescatar.

Durante todo este mes, en la Cineteca se exhibió Hagen y yo, una película de coproducción de Hungría, Alemania y Suecia, que narra la historia de Hagen, un perro mestizo que vive con su dueña, una niña de 13 años, hasta que el papá de ésta, cansado, lo abandona en la calle. A partir de entonces, vemos a Hagen padecer todo lo que pasan los perros callejeros: maltratos, hambre, sed, frío, crueldad por parte de los humanos, explotación, su uso en peleas de perros, hasta que Hagen, vapuleado y envilecido, llega a la perrera, donde logra escapar y comandar una rebelión canina.

El final de la película, por supuesto, rayando en lo fantástico, terrorífico, pretende dar algún sentido de justicia o al menos revancha a la condición perruna. Sobre todo porque, al fin y al cabo, la condición del perro callejero es una metáfora de aquella que padecen los más desposeídos de una sociedad: los que no tienen casa, o "pedigrí", o privilegio. Pero en la vida real, no ha habido ninguna revancha para los perros. Y menos en México.

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