El imperio de la mentira

OPINIÓN 28/09/2015 05:00 Actualizada 05:00

¿Qué piensa el pueblo, la gente común del crimen de Iguala y los desaparecidos de Ayotzinapa? ¿Confía en los resultados que hasta ahora ha entregado la PGR? ¿Cree que las pesquisas del ministerio público federal se han hecho profesional, responsable y transparentemente?

No lo sé de cierto, como tampoco sé si en el ánimo popular estén igualmente confrontadas las posiciones de los opinadores mediáticos que defienden la investigación de la PGR, con las de otros, no tantos como los primeros, que responsabilizan al Estado y exigen, junto con los padres de las víctimas, que los 43 sean regresados vivos.

Ojalá y a través de las vías de contacto de esta columna, usted, estimada lectora, estimado lector, pudieran darnos, en el transcurso de los próximos días, respuestas de esas dos preguntas para que, por lo menos, podamos perfilar juntos una noción.

Infiero, mientras eso ocurre, que muchísima gente, acaso la mayoría de los mexicanos, no creemos en la investigación de la PGR ni el profesionalismo de sus pesquisas. Y lo infiero, no sólo por los severos cuestionamientos a los que la investigación que en su momento encabezó Jesús Murillo Karam, ha sido sometida por el equipo de los forenses argentinos, primero, y los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, después; sino por un hecho, tan simple como contundente y que estoy seguro que nadie ignora: nuestros gobiernos mienten por principio y nos han mentido secularmente.

Ese imperio de la mentira en el que el país está sumido, nos ha vuelto refractarios a cualquier versión oficial, ya sea de nuestras tragedias o de nuestras victorias. Lo oficial ha sido, desde que yo recuerdo, un sinónimo de engaño. Que no sea crea en los gobernantes es algo que se han ganado a pulso conforme, al cabo del tiempo, sus mentiras han sido desenmascaradas.

Como reacción a eso es que todos reclamamos nuestra verdad como única, todos queremos trato especial para resolver nuestros problemas, exigimos pues nuestras propias fiscalías, violamos hasta las leyes más sencillas de la convivencia, con la eterna justificación de que si las élites lo hacen, por qué yo no.

De esta manera de ser tan común entre todos nosotros, no están exentos los familiares de las víctimas de Ayotzinapa, ni ellos lo estuvieron. Es cierto: contra ellos se cebó la brutalidad de policías municipales de Iguala y Cocula comprados por un grupo criminal del narcotráfico, coludidos con el alcalde de Iguala y muy probablemente con el ex gobernador de Guerrero. Algunos de ellos murieron y 43 fueron desaparecidos, ante el dejar hacer, dejar pasar de policías federales y del Ejército. ¿Sabrá Dios hasta dónde llegan esas relaciones de complicidad?

Pero también es cierto que en su lucha (sin que aquí se juzgue si es o no la correcta), los normalistas han violentado leyes. La forma de lucha por la que han optado los lleva a eso. No se olvide, por citar un ejemplo, aquel enfrentamiento con la Policía Federal en la autopista a Acapulco en el que murieron dos normalistas, pero también quemaron una gasolinera en la que el despachador Gonzalo Miguel Rivas Cámara evitó, con su vida, una explosión que pudo haber sido catastrófica, una víctima para la que nadie exigimos justicia.

Esas violaciones a la ley deben ser castigadas con los medios de la ley, no con la bestialidad de lo ocurrido en Iguala, hace un año, que estuvo igualmente fuera de la ley. Esa fue en su momento la lógica de la “guerra sucia” que tantas víctimas cobró en la década de 1970. Nuestra tragedia entonces y hoy es que nadie respeta la ley.

El hecho es que a un año de lo ocurrido, no se sabe bien a bien lo que pasó, y mucho menos se ha hecho justicia a las víctimas. Ninguno entendemos cómo en nuestro país pueden desaparecer así 43 jóvenes.

Pero mi inferencia de que la mayoría respalda la exigencia de una investigación de los hechos profesional y transparente, cojea cuando apreciamos que a la protesta no acudieron muchísimos que dicen no estar de acuerdo con lo que ocurre en el país.

Y esa es otra realidad que no debemos perder de vista: nos falta mucha organización social. Quizás si se volcaran a las calles todos los que no están de acuerdo con el actual estado de cosas, ya se hubieran forzado rectificaciones del gobierno. Pero no, seguimos inmersos en ese egoísmo individualista que tan bien le hace a nuestro imperio de la mentira.

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raulrodriguezcortes.com.mx

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