Y México... ¿seguirá dormido?

OPINIÓN 28/06/2013 05:00 Actualizada 05:00

Brasil entra a la tercera semana de protestas y disturbios. Protestas, primero, por el aumento a las tarifas del transporte público —que obligaron al gobierno de Dilma Rousseff a derogarlo—, y después, contra el gasto exorbitante en la organización de la Copa Confederaciones en curso, el Mundial de Futbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, con recursos públicos que los brasileños quieren para salud, educación, seguridad, sevicios.

¿Son éstas razones suficientes para protestar masivamente en las calles de las principales ciudades de un país cuyos últimos gobiernos han puesto énfasis, con resultados exitosos, en políticas que satisfagan las grandes demandas sociales? Pareciera que no, a simple vista, y es justamente en esa percepción donde puede identificarse una primera característica de esta explosión social: nadie la veía en el horizonte inmediato, fue absolutamente inesperada. Y es más, la clase política brasileña, incluida Rousseff (ex guerrillera y militante toda su vida de la izquierda), tardó muchos días en entenderla y reaccionar.

Otra de las características de la rebelión social de Brasil puede extraerse de su más reciente historia política-económica: un país que, como la mayoría de los sudamericanos, fue gobernado por dictaduras militares durante buena parte del siglo XX. En el caso brasileño fue una sucesión de golpes y gobiernos militares de 1930 a 1985, año en que los civiles finalmente retomaron el poder y pudieron alternarlo pacíficamente.

Aquellas elecciones las ganó Tancredo Neves, un político conservador pero carismático que murió como presidente electo y fue sustituido por José Sarney a quien, como a Miguel de la Madrid en México, le tocó sortear una gravísima crisis económica con inflación descontrolada. La impopularidad que eso le acarreó dio lugar a que los brasileños eligieran en 1990 a un empresario prácticamente desconocido en la política, Fernando Collor de Mello, quien no completó tres años de gobierno al ser destituido en medio de un escandaloso caso de corrupción.

El periodo de Collor de Mello fue completado por su vicepresidente, Itamar Franco, quien nombró secretario de Hacienda a Fernando Henrique Cardoso, autor del Plan Real que estabilizó económicamente a Brasil. Cardoso ganó la elección de 1994 y se reeligió en 1998. Las insuficiencias sociales del proyecto neoliberal que implantó abieron el paso al Partido de los Trabajadores de Luis Inácio Lula da Silva, obrero de la metalurgia que, con muchos otros militantes de la izquierda enfrentó la represión de la dictadura militar. Ganó Lula la elección presidencial de 2002 y se reeligió en 2006. Sin tocar la estabilidad macreconómica del país puso en marcha exitosos programas sociales como el de Hambre cero, que sacó de la pobreza alimentaria a más de 30 millones de brasileños. Vamos, llevó a un amplio sector de la población a la categoría sociológica de clase media, una clase media urbana que fortaleció el mercado interno y que se ha consolidado en el gobierno de Rousseff (quien ganó las elecciones de 2010 y pretende reelegirse).

Es aquí donde puede detectarse otra característica de la revuelta brasileña: es, sobre todo, de una clase media urbana emergente que dejó el campo, obtuvo empleo en las ciudades y ahora exige mejores servicios de salud, servicios públicos y educación. Por eso algunos analistas la definen como “la revolución de las expectativas”.

De aquí se deriva otra característica: esas nuevas expectativas no son satisfechas por una alternativa política que no modificó sustancialmente el modelo neoliberal. Ejemplos: las grandes inversiones extranjeras que han llegado a Brasil se van del país, no se quedan, tal como ocurre con su industria petrolera; mientras que la vocación del campo brasileño para alimentar a su numerosa población fue revertida para producir agrocombustible. Esto ha convertido a Brasil en uno de los países con mayor concentración de tierras en unas cuantas manos, “Los rurales” como se conoce a estos grupos vinculados con los dueños de la banca, de los servicios, de las telecomunicaciones, todos ellos con gran influencia en la estructura política del país.

La mayoría de los brasileños no se siente representada por esa clase política, y esa es otra característica de la revuelta: el repudio a estructuras burocráticas aceitadas por la corrupción (una de sus prácticas es el ensalao, que no es más que la compra de votos). Y a esa característica debe añadirse otra: las redes sociales como medio alternativo de convocatoria de los que ahora demandan una más equitativa distribución de la riqueza y tienen claro que cualquier razón puede ser el detonante de movimientos que son expresión de una suma de agravios.

Muchos más que los referidos son los que vivimos en México. ¿Puede ocurrir aquí lo que ocurre en Brasil? ¿Deben nuestros políticos y potentados poner sus barbas a remojar? Brasil ya despertó. ¿Cuánto tiempo más México seguirá dormido?

([email protected]); (Twitter: @RaulRodríguezC).

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