Justicia por propia mano

Lydiette Carrión

OPINIÓN 23/11/2016 09:13 Lydiette Carrión Actualizada 09:13

Cuando uno sufre un asalto, al miedo, a la impotencia, a la desesperanza de perder unos pesos, cientos o miles, se suma la ira. 

Enojo por ser víctima de violencia. Y si el asalto fue violento, es mayor. Por eso es comprensible que, ante la ola de “justicieros anónimos” que han matado a asaltantes en el transporte público, exista todo un movimiento que los reivindique y llame a la ciudadanía a protegerlos.

El “vengador anónimo” está llenando una deficiencia de los cuerpos policiacos. Una deficiencia que lleva décadas pero, que, en los últimos años se ha recrudecido. Hay sinfín de historias y testimonios, de cómo los habitantes –y en particular las mujeres– se juegan la vida viajando desde la periferia del área metropolitana, en el Estado de México, a la Ciudad de México. Esto es todos los días, a todas horas. Ladrones depredan en los más vulnerables: los trabajadores, los estudiantes, las amas de casa. Además de ladrones, son cobardes. Contra el más desprotegido. Insisto, es comprensible así, que la idea de un justiciero sin rostro se vuelva deseable.

El problema es que la historia nos ha mostrado que estos “vengadores anónimos” no suelen ser la solución. Puede que existan excepciones, pero en su mayoría así empezaron en otras partes del país los grupos del crimen organizado: en Michoacán, la “Familia Michoacana”, y luego “Los Templarios”, se presentaron como “justicieros” contra la inseguridad. En Veracruz, al inicio la gente hasta agradecía a “Los Zetas” que acabaran con los ladrones comunes. En Tamaulipas, en Sinaloa, lo mismo. Con el tiempo (y fue poco tiempo), los justicieros pasaron a cobrar derecho de piso, luego a extorsionar a comerciantes, a secuestrar jovencitas, a imponer su voluntad. Eran los mismos: los vengadores anónimos, los que habían prometido traer seguridad.

Esto se ha repetido una y otra vez en la historia del país e incluso de la región. Pero no se trata entonces de tirar los brazos y pensar que no hay salida alguna. Hay otras propuestas, otros pactos sociales que han dado resultados. En Guerrero durante casi dos décadas han funcionado las policías comunitarias, conformadas por miembros de la comunidad, con nombre y apellido, y avalados por los mismo vecinos, bajo un esquema legal. Es decir, un policía comunitario no puede impartir la ley que le plazca, está sujeto a escrutinio público y a un reglamento.

Claro que este tipo de solución requiere de la organización de la comunidad.

GLOSARIO DE SUPERVIVENCIA Justiciero anónimo: desesperación enmascarada.

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