Otros gobernadores ausentes

OPINIÓN 23/09/2013 05:00 Actualizada 05:00

Se informaba en la entrega anterior de la ausencia política del gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, triste y dramáticamente evidenciada estos días en el devastador embate de las tormentas Manuel e Ingrid en dos terceras partes del territorio nacional.

Otro caso de ausencia política es el del gobernador Gabino Cué. Las grandes expectativas de cambio con que llegó al poder en Oaxaca prácticamente se han extinguido. No hay relación ya entre lo que prometió y la realidad del estado que dice gobernar. Un chiste corre de boca en boca entre los oaxaqueños: ¿por qué le dicen a Cué el mesero?... porque se hace tonto con el cambio.

Cué es el reflejo de las distorsiones de alianzas entre partidos que son como el agua y el aceite, pero que el PAN y el PRD promovieron profusamente en 2009 con fines estrictamente electorales. Ganemos el poder al PRI y ya veremos después, fue el planteamiento de esos dos institutos políticos en casos como el de Cué en Oaxaca, Rafael Moreno Valle en Puebla y Mario López Valdés en Sinaloa.

Gabino era priísta y su mentor político correligionario del tricolor: el ex gobernador y ex secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco. Pero éste decidió, durante la docena trágica panista, militar en ese partido. Cué —como muchos otros que por no obtener la candidatura del tricolor cambian de filas— se acercó a Andrés Manuel López Obrador, quien entonces no solamente era militante del PRD, sino su principal activo político. Así que se tejió la alianza: por el lado del PAN, Diódoro, y por el del PRD, AMLO. A éste, sin duda, debe su triunfo en Oaxaca.

Gabino, desde un principio, no supo cómo ordenar, funcionalmente, el pago de facturas políticas. Sólo un ejemplo: designó como secretaria de Gobierno a Irma Piñeiro, quien había sido su contrincante en la elección como candidata del Partido Nueva Alianza que, como se sabe, era una franquicia política de la entonces todopoderosa y hoy en desgracia Elba Esther Gordillo. Pagó así la factura de un apoyo importante, pero se confrontó con otro grupo sin el que tampoco se hubiera entendido su victoria, la sección 22 del SNTE, que de inmediato desconoció a Piñeiro como interlocutora válida.

Desde ese momento, empezó el deterioro de la relación con el magisterio de su estado. Ese deterioro ha llegado al extremo actual: el inocultable desentendimiento con la sección 22 del SNTE, atizado por una reforma educativa que se le impuso al magisterio sin tomar en cuenta sus propuestas, que ha venido a rebotar a la ciudad de México.

En la parte más álgida de esta crisis, el gobernador de Oaxaca fue convocado varias veces a la Secretaría de Gobernación para hacerlo parte de una solución al conflicto. El subsecretario Luis Miranda prácticamente le ordenó que retuviera sueldos y bonos a los profesores manifestantes hasta que regresaran a dar clases. Éstas, se dejó saber desde las oficinas de Bucareli, deberán empezar hoy lunes, lo que no resultó de todo exacto en medio de una crisis latente y sin una solución de fondo a la vista.

La protesta magisterial traída a la ciudad de México planteó el más grande reto político en el año que lleva al frente del GDF a Miguel Ángel Mancera del que, al parecer, no ha salido muy bien librado.

Los constantes bloqueos de avenidas principales tienen colapsadas vialidades y desesperados a los capitalinos que, de plano, estallaron cuando los maestros cercaron los principales accesos al aeropuerto internacional. Cobijados en ese malestar generalizado, los medios de comunicación, sobre todo, emprendieron una campaña de desprestigio a los maestros de la CNTE y de secciones del SNTE que se sumaron a las protestas, la cual incluso tuvo expresiones de abierto racismos y discriminación. Esa campaña ha radicalizado el ánimo de capitalinos que exigen que se “barra” con los manifestantes para que ya no bloqueen vialidades.

Mancera, sin embargo, apeló siempre a la tolerancia y el diálogo. Evitó, sí, más enfrentamientos violentos que los ya vividos, pero ha pagado un alto costo político, ya que miles y miles de capitalinos ven debilidad y omisión en lo que el jefe de gobierno insiste que es tolerancia.

Muy difícil es establecer las fronteras de ambos escenarios, pero la actitud de Mancera frente a la protesta magisterial lo convirtió, por el momento, en otro gobernante ausente.

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