Charlie Charlatán Challenge

OPINIÓN 23/06/2015 05:00 Actualizada 05:00

Ambos temas, comunicación con muertos y exorcismo, han ocupado recientemente espacios importantes en diversos medios, muchos de los cuales -y esto es lo que llama la atención- se asumen como serios, además de las ya imprescindibles redes sociales.

No es de sorprender que entre los jóvenes se popularicen juegos como el de ‘Charlie, Charlie Challenge', una especie de ouija minimalista (la Real Academia de la Lengua dice que se dice güija) que se arma cruzando un par de lápices sobre una hoja de papel en la que se ha dibujado un cuadrante con las palabras NO y SÍ, escritas alternadamente en cada cuadro.

Luego se invoca repetidamente el nombre de ‘Charlie' y, una vez que el presunto espíritu ‘hace contacto', se le plantean preguntas que puedan contestarse con un simple SÍ o NO; y ya está: los lápices se mueven (sobre todo el de arriba).

Una de las primeras preguntas suele ser: ‘Charlie ¿eres tú?'. Claro que si el que pregunta esto es uno de los convencidos de que son fuerzas espirituales las responsables de que se muevan los lápices, dan ganas de responder: ‘¡No estúpido, es la Física!' Sin embargo, tenemos que contenernos, por respeto tanto a las personas como a las creencias.

Pero eso no es lo sorprendente, al fin y al cabo son sólo juegos de niños o de adultos que razonan como si tuvieran cinco años; lo que sí impacta es que adultos un poco más creciditos, como suelen ser los obispos, se presten a actos que la propia Iglesia católica mira con disimulo, como el exorcismo.

Sí; leyó usted bien: exorcismo. Y en este caso, uno de grandes dimensiones que se efectuó casi en secreto para tratar de rescatar de las garras del mal no a un alma, sino a todo México. El argumento fue que la legalización del aborto y el matrimonio homosexual abrieron las puertas del infierno.

La abundancia de pensamiento mágico y la ausencia de una cultura ciudadana equiparable con el conocimiento científico propician disparates tales como afirmar que los problemas de inseguridad, salud, pobreza o calentamiento global son culpa de hombres y mujeres que deciden hacer con su cuerpo lo que les venga en gana, pero no de nuestras decisiones cotidianas, sean políticas (como votar sin razonar), económicas (como gastar más de lo que se gana) o sociales (como respetar o no el derecho ajeno).

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