Los monstruos que hospedamos

OPINIÓN 23/05/2013 00:00 Actualizada 00:00

En casa de mi madre siempre hubo gente de paso, algunas personas buenas y otras no tanto. Uno que otro monstruo, dos o tres pesadillas, que nos importunaron por un buen rato. Pero qué se le va a hacer, si mi jefa siempre tenía las puertas abiertas para quien lo necesitara.

Aunque no teníamos casi nada, Alicia era incapaz de decir “no” a quien le extendía la mano para pedir algo. Así desfilaron por la casa una tía lejanísima que intentaba probar fortuna “allá en México”, un primo que vino a estudiar ingeniería, una muchacha provinciana que no tenía donde quedarse, el tío borracho que ya no soportaba la abuela, la comadre recién separada y una larga lista de huéspedes que se fueron acomodando en cualquier rincón de la casa. Como ya dije antes, hubo gente buena y otra no tanto que nos hizo algún daño o que nos marcó con alguna de esas cicatrices que tardan en sanar un chingo de años. Y por eso he ido borrando los recuerdos y las promesas de los que prometieron que “un día regresaré para compensarla, Lichita”. El primo ingeniero, que se tituló con honores, ya no se acuerda de nosotros y vive en quién sabe dónde chingados. Alguno de los tíos que mi madre tanto apoyó en las malas rachas, ahora está regateando una herencia que tal vez ni se merezca o al menos no tanto como mi jefa. Y así eran las cosas y así son ahora. Siempre lo tuve claro: mi madre era demasiado crédula, bueno, lo sigue siendo hasta la fecha. Y no espera nada a cambio. Y no reclama cuando le fallan. Creo que es una mujer demasiado buena para un mundo tan mezquino y putrefacto. Pero ella es feliz así, con las puertas de su casa abiertas de par en par, cocinando para los huéspedes temporales, resolviendo problemas de otros. Tal vez por eso yo tengo un bunker en vez de casa, porque yo supe lo que era dormir con uno que otro monstruo rondando mis pesadillas, porque tuve demasiadas noches con un ojo entreabierto simulando que conciliaba el sueño. Sí, yo sé que en mi familia hay gente buena, pero también hay uno que otro loco que aún no se da cuenta de todo lo que nos ha dañado. Algún día tendremos que hacer cuentas, mirándonos a los ojos, y sólo espero que entonces yo pueda hacer las paces con el pasado. Y en caso de que no suceda, seguiré escribiendo esta historia que aún tiene algunos capítulos negros, con los ojos rojos de las pesadillas observándome mientras duermo.

>>>

Entre los huéspedes temporales que pasaron por mi casa, hubo dos mujeres que me inquietaron demasiado. Una de ellas era una prima cercana, la que me besó por primera vez cuando yo era un chamaco. No me llevaba muchos años, porque yo iba en la primaria y ella estaba en la secundaria, así que con el clásico cuento de que “vamos a jugar a que éramos esposos y que esta muñeca era nuestra hija” me cubrió con una cobija y me besó como si fuera el novio que extrañaba. Aquello no fue agradable, según recuerdo, y sólo me dejó un sentimiento de confusión que me hacía sentir culpable. Sólo pasó una vez, de una manera muy fugaz, pero es algo que no he podido guardar en el baúl de los olvidos. ¿Por qué? Porque es una de esas cosas que van minando tu inocencia y te hacen sentir como si hubieras participado de algo sucio, porque fuiste educado para “sufrir por tus pecados”. La otra era una sobrina política de mi madre de la que creí estar enamorado. Yo era un estúpido entonces, bueno más de lo que ahora soy, y mi adolescencia bullía en la sangre. No es que ella fuera hermosa, porque no lo era, pero tenía algo que me provocaba: tal vez eran sus caderas, quizá sus senos generosos, pero yo no podía dejar de observarla. Era mayor que yo, por muchos años, pero yo fantaseaba con que nos besábamos a escondidas. Nunca sucedió nada, pero mis sueños húmedos se los dedicaba con sólo mirarla. Y me daban celos cuando ella tenía novio y peleábamos por cualquier tontería, sin que ella supiera los motivos de mis enfados. Yo sé que ella me veía como un chamaco impertinente, porque no sospechaba que me gustaba ni sabía que le escribía poemas que nunca le entregaba. Y ahora que miro hacia atrás, debo agradecer que gracias a ella comencé a hurgar en la poesía y que también empecé a trazar esta terapia que consiste en escribir todo lo que me atormenta. Las notas que le escribía hablaban de su desnudez en mis brazos, de mis labios deslizándose por su espalda, de esas fiebres que me provocaba cuando la imaginaba bajo la regadera, de esas cosas que le quitan a uno el sueño cuando está despertando a los relámpagos del deseo. Si ahora la veo, seguro que me preguntaré qué es lo que despertó mis pasiones, seguro que me provocará alguna sonrisa, pero tal como la recuerdo esa mujer fue la dueña de mis sueños húmedos. Y una canción de Foreigner queda como testigo: “Mucho tiempo he estado buscando demasiado,/ estuve esperando demasiado tiempo./ A veces no sé lo que voy a encontrar,/ sólo sé que es asunto de tiempo./ Cuando amas a alguien, cuando amas a alguien,/ se siente tan bien, tan cálido y verdadero,/ necesito saber si tú lo sientes también…/ Estuve esperando que una chica como tú venga a mi vida…/ Estuve esperando alguien nuevo que me haga sentir vivo”. Aquella chica no vivió mucho en nuestra casa, se marchó pronto. Nunca supo que estuve enamorado de ella, pero yo sí entendí desde entonces que los vacíos también son monstruos a los que no debemos hospedar por demasiado tiempo.

[email protected]

Comentarios