Es de reconocer que desde la elección presidencial de 1994 la autoridad electoral ha privilegiado la figura del debate como elemento de las elecciones en México, a niveles que se ha cuidado que el debate no “dañe” la imagen de los candidatos, cosa que ha convertido al ejercicio en una cosa distinta, pero no un debate. 

El formato del debate que vimos ayer presentó innovaciones con el formato de preguntas de los periodistas Denise Maerker, Sergio Sarmiento y Azucena Uresti, bien por los tres informadores, recurso utilizado en el mítico debate presidencial entre John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960, donde periodistas de televisión y prensa escrita formularon preguntas a ambos aspirantes. 

Los candidatos iniciaron sus intervenciones haciendo una presentación de sí mismos como si se tratara de un spot.

Al menos hasta la mitad del debate, no se conjuró el llamado “todos contra AMLO”, aunque López así se sintió en el tema de la “amnistía a criminales” planteada en el estado de Guerrero. “Me están echando montón”, acusó. 

Ricardo Anaya mostró una captura de pantalla de los videoescándalos donde estuvo involucrado René Bejarano y luego una noticia donde el mismo personaje se suma a la campaña del tabasqueño. Una noticia vieja que si no daña, curte al atacado. Como era de esperarse, el candidato de Morena declinó contestar la alusión personal. 

El tabasqueño bateó algunos ataques y otros los dejó pasar. “No se enganchó”, como él mismo dice que le aconsejan sus asesores, hasta se dio tiempo de presumir su primera posición en las encuestas. Al parecer, los otros candidatos no midieron que la embestida montonera de no tumbar a Andrés terminaría fortalecido, como fue el caso donde el puntero terminó por imponer su agenda a los demás contendientes. 

Esperemos que los cambios en el formato que se mostraron en el debate de ayer no terminen, en los próximos dos debates, en un estilo de programa de concurso como Atínale precio (de la corrupción), el rival más débil o, ahora que Echeverría está de moda, Caras y gestos. Por lo pronto, veremos quien gana en las próximas horas el posdebate.

Periscopio. Extraños activistas. Ayer, en toda la ruta hacia el Palacio de Minería se apostaron personas con pancartas en contra de López Obrador, donde uno de los mensajes decía: “AMLO, la CDMX ya decidió: ‘te vas a la chingada’”. Según algunas versiones, los manifestantes aceptaron ser trabajadores sindicalizados del gobierno de la Ciudad de México que lidera Juan Ayala. Así, la leyenda de algunas pancartas: “AMLO en tu gobierno a los trabajadores les quitabas el 10% de su salario. No se nos olvida”. El Consejero del INE, Ciro Murayama, lamentó estas expresiones que consideró como “tácticas inaceptables” contra cualquiera de los candidatos.

En el radar. Se presentó en la Capilla Gótica del Centro Cultural Helénico el libro “Qué tanto es tantito. Atlas de la corrupción en México (200-2018)”, escrito por la periodista Carolina Rocha Menocal y el consultor Miguel Pulido. Los presentadores fueron Gabriela Warkentin, Diego Enrique Osorno y la editora en Grijalbo, Wendolin Perla. 

Se trata de una amena obra de consulta en formato de cómic con casos de la corrupción en México con un toque elegante de ironía y sarcasmo de esas noticias con un elemento común: la impunidad. Casos donde no sabemos si reír y llorar. Excelente pretexto para celebrar el Día del Libro y de la Rosa. 

Bitácora de lo absurdo. Todos o casi todos en la capital de Oaxaca se pusieron contentos porque entendieron que iba a estar ‘El Bronco’ en el Hotel Fortín. ¿Y quién no se alegraría de saber que tocan los creadores de éxitos como “Que no quede huella”, “Sergio el bailador”, “Adoro” y tantos otros? La gente comenzó a acercarse al lugar con la esperanza de ver de cerca a Lupe Esparza. Pero ¡oh, sorpresa! se trataba de un tal Jaime Rodríguez Calderón, al que le dicen ‘El Bronco’ y la gente se fue del lugar a seguir con su vida. “Así qué chiste”, diría Quico del Chavo del 8.

Twitter: @LeoAgusto